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»Medio sepultado bajo frondosos helechos, el cuerpo debía estar allí desde hacía tres o cuatro días.

»Una bicicleta que apareció a poca distancia de ese lugar, y las comprobaciones médicas, así como las legales, hacen pensar que el infeliz, engañado por la obscuridad, ó en un arrebato de fiebre devoradora se desbocó en su máquina, precipitándose desde lo alto de la meseta en ese verdadero abismo.

»Un jardinero de Louveciennes afirma haber reconocido al individuo. Dice que éste es un guarda del castillo de la Louvette, perteneciente al señor Marqués de Alligné. En efecto, ese guarda o chauffeur mejor dicho, porque desempeñaba los dos cargos, había desaparecido no ha mucho, después de un accidente de automóvil que tuvo una influencia desagradable sobre su estado mental.

»Se ha iniciado el sumario correspondiente»

El estupor inmovilizaba a Máximo de Herquancy.

Esa muerte extraordinaria en un jugar salvaje... El hecho de que su esposa la conociera como a mediodía -porque, ningún mensaje había recibido durante el almuerzo -cuando se había encontrado el cadáver esa misma mañana...

-¿Estoy loco? -se preguntó el Conde pasándose la mano por la frente.

Porque, más vivaz que el razonamiento, cruzaban por su cerebro imágenes, fulgores extraños.

Louveciennes...

Gervasio había ido allá, en ocasión de la tentativa de secuestro del niño, organizada demasiado tarde por desgracia.

Un jardinero de Louveciennes...

Pariente de la nodriza tal vez... Un complot... Gente palada... ¿Pagada por quién?.. ¿al servicio de quién?

Ni en lo más secreto de sí mismo se atrevía Máximo a responder netamente con el nombre que lo asediaba: «de Solange»

Sin embargo, la sospecha se imponía violentamente. Recordaba la escena en que su esposa le habla pedido el puñal de la panoplia. Volvía a ver a Solange, con la expresión que había tenido al decirle en la mesa del almuerzo: «Vuestro cómplice ha muerto»

¿Sería posible? ¿Iba a encontrar él en la criatura de sentimiento y de sueño, a quien tan rudamente había impuesto la sumisión conyugal, una adversaria capaz de luchar contra él?.. ¡contra él!.. ¿y que se servía de las mismas armas?

Esta idea lo aturdía de tal modo que le hacía olvidar casi las cavilaciones, los cuidados, el peligro. Una curiosidad apasionada una combatividad gozosa excitaban todo lo que había en él de fuerzas latentes y perversas.

-¡Ah! somos dos en el juego. Pues bien; la cosa tendrá gracia -murmuró con una sonrisa feroz.

Y, agregó después de meditar con más sangre fría:

-Ante, todo, vamos a ver a mi suegro. La policía es más lenta que los periodistas. Apostaría que no han enviado a nadie a la calle de Lille.

 
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El calvario de una mujer (tomo II) de Daniel Lesueur   El calvario de una mujer (tomo II)
de Daniel Lesueur

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