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El silencio y la mirada de Solange demostraron que las dos mujeres tenían la misma idea. No la formularon.

-En fin, ese miserable ha desaparecido. ¿Le dijo a usted, Adelina adónde iba?

-No... .

De pronto, al reflexionar, la joven aldeana se estremeció de pavor.

-¿Ha desaparecido señora Condesa?.. ¿El señor Marqués de Alligné, su amo, no sabe dónde está?

-Nadie lo sabe, ni en la casa de mis padres ni en la mía.

-¿Y el señor Conde tampoco?

Adelina hizo esta pregunta sin segunda intención. Ignoraba el papel del señor de Herquancy en el drama junto al cual andaba ella.

-El Conde estaría menos ansioso si supiera dónde hallar a ese hombre -murmuró Solange, como si hablara consigo misma.

-Pero, entonces, señora -dijo la novia de Federico con una angustia que le alteró la voz é hizo temblar sus manos, -si Gervasio se esconde es porque está tramando alguna cosa más horrible. ¡Oh, cierren los postigos!.. ¡cierren los postigos! -gritó la pobre muchacha tapándose, los ojos.

Solange se estremeció. Volviéndose, hacia la ventana sintió la impresión de que veía la siniestra figura del chauffeur.

-¡Va a venir! -decía Adelina sollozando. Me matará, lo ha dicho, ¡Me matará!

La señora de Herquancy trató de calmar los temores de la joven. -Pero ¿qué razonamiento hacer ante una realidad demasiado evidente?

-No se quede en los Gressets, Adelina. Venga a París. Bien sabe usted que, yo proveeré a todo.

-Pero ¿y Federico? ¿y mi tía?.. ¿y Marta?..

-Su tía y Marta la acompañarán. En cuanto a Federico, el hombre tendrá paciencia.

-¿Y si vinieran aquí con Lito, señora Condesa?... De esta aldea se lo han llevado, y podrían traerlo otra vez. La dama que acompañaba al señor Laurent...

La pobre nodriza cortó su frase al ver que se alteraba cruelmente el rostro de su visita.

«Es cierto, había una mujer con Pedro, en el coche cuando fue a buscar a su hijo, pensaba Solange. Y esta idea inofensiva al principio, se había llenado de mil agudas espinas después de las revelaciones del sumario sobre las múltiples relaciones femeninas de Pedro Bernal. Si la amante desesperada conservaba todavía su fe en el hombre a quien lloraba era cerrando su pensamiento a todas las apariencias. Y una apariencia más era ese detalle que por primera vez relacionaba ella entonces con los desconcertadores descubrimientos.

Una mujer... ¡Oh! ¿qué era de Pedro esa mujer, a quien había asociado, él al rapto de Emilito, a quien había confiado tal vez su hijo, para que la encargara de una misión semejante?... Solange no se atrevía a resolver el torturante enigma ni en lo más secreto de su alma.

Mientras guardaba como Adelina un ansioso silencio, una canción subió del jardincito, al cual daba la pieza. Una alegre voz viril modulaba lindamente y con arrulladora dulzura una copla sentimental.

 
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de Daniel Lesueur

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