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-¡Váyanse al diablo sus citas! -exclamó Máximo cuando lo hubo visto partir. -Habría querido conversar con él de Roma más largamente. Sus informaciones sobre la sociedad italiana serán preciosas para mí.

-Su hermana os dará esas informaciones -dijo con frialdad Solange.

Aprovechó la circunstancia de que su marido, un tanto desconcertado, alzaba los ojos hacia ella, para sondarle la mirada hiriéndolo con estas palabras:

-Vuestro cómplice ha muerto.

-¡Muerto!.. -gritó el Conde.

Volvió de su sobrecogimiento bajo la mirada de su esposa. No podía atrapar ya esa exclamación, que había brotado sin dar tiempo a reflexión alguna. ¡Cómo había acertado ella!

Demasiado orgulloso para acudir a un tardío subterfugio, que para nada habría servido, el Conde ni siquiera trató de preguntar: «¿Qué es lo que queréis decir?» Miró de hito en hito a su esposa con una audacia creciente y se limitó a decir:

-¿Cómo lo sabéis?

-Esa es cuestión mía -respondió Solange.

Y lo dejó solo.

Máximo hizo un movimiento para lanzarse tras ella. La obligarla a explicarse. Pero se contuvo.

Indudablemente, su esposo, no había querido sino arrancarle una especie de confesión. Y él había caído en el lazo. La noticia era falsa. El estado de Gervasio, aunque seriamente trastornado, no era tan grave. ¿De qué, por que podía haber muerto? Y si había muerto ¿por qué milagro resultaba Solange, informado de eso antes que él, antes que el Marqués de Alligné?.. Inverosímil... completamente inverosímil.

Él Conde de Herquancy pidió su coche y salió, para trasladarse al Quai d?Orsay. Un malestar pesaba sobre él.

A la verdad, insistía en no admitir la pérdida de ese a quien Solange llamaba con razón «su cómplice» del hombre que tan bien lo habla servido, y que, además, tenía en esos momentos el secreto, del escondrijo que había aparecido vacío.

Gervasio muerto... ¿Y los objetos tan comprometedores que guardaba y el famoso reloj?.. ¿En qué manos iba a caer eso?

Pero ¡bah! ¿Había que dejarse prender en esa trama de mujer, en esa red cosida con hilo blanco?.. Demasiado era ya que Gervasio hubiera des aparecido momentáneamente. Su fuga era bastante inquietante, sin necesidad de imaginar lo peor.

Al salir de su conferencia con el ministro, el señor Herquancy compró, como de costumbre, en cuanto lo vio a la venta el primer diario de la tarde. Encontró en él poca cosa e iba a dejarlo en un rincón del cupé cuando el título de una noticia policial en la «última hora» le llamó la atención. Volvió a tomar la hoja y leyó:

«Esta mañana se ha encontrado en el bosque de Marly, al pie de una especie, de derrumbadero a pique, que baja del paraje conocido con el nombre de Cruz San Miguel, el cadáver de un hombre de treinta y cinco años, poco más o menos.

 
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de Daniel Lesueur

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