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-Yo había ido a Marly a casa de un cliente, para arreglar unas plantas de invernáculo, a causa de las heladas. Veo gente amontonada. Era un muchacho del lugar que volvía del bosque con una bicicleta que había encontrado. Un hombrecito honrado, porque preguntaba a quién había que entregar esa máquina que, parecía en muy buen estado, con un poquito de herrumbre nada más. Todos estaban sorprendidos, como es natural. Uno dice que tal vez se trata do un accidente. Entonces el muchacho declara que ha creído ver sangre junto a una piedra pero que no se ha animado a acercarse a causa de una banda de cuervos que estaban revoloteando en ese paraje. Todos se miran... ¡Caramba! bien sabe uno lo que quiere decir eso. Y, enseguida unos parten en dirección al bosque, y otros, los más prudentes, van a avisar a los gendarmes.

-¿Y usted, Federico?

-Yo, yo salí a averiguar la cosa con el muchacho, que nos guiaba. ¡Ah! no nos costó mucho trabajo. Es menester que el paraje sea un desierto como ese para que, aun cuando estamos en invierno, no se haya sospechado la cosa antes.

-¿Podría verse de lejos el cadáver?

-Verse... no. Estaba entre los helechos. Pero, en primer lugar, los cuervos que allí había; y luego... ¡caramba!.. la muerte databa de tres cuatro días...

Federico, que no quiso ser más explícito, se pasó involuntariamente el dorso de la mano por las narices.

-¿Y reconoció usted al hombre? -preguntó Solange, cuyos labios se habían puesto blancos.

-¡Oh, con toda seguridad! No lo había visto más que una vez, y de noche. Pero lo había visto de cerca esa vez.

-¿Qué heridas tenía? ¿Qué es lo que prueba que ha caído en el barranco con su máquina? Habría podido llegar por abajo hasta ese rincón selvático, y matarse allí, si no es que alguien lo ha muerto.

Estas palabras de la señora de Herquancy turbaron horriblemente a Adelina. Sus ojos aterrorizados interrogaron la fisonomía de Federico. Volvía a asaltarla el temor de que hubiera habido un nuevo encuentro entre los dos hombres. No quería ella esa sangre sobre la persona a quien amaba. Además ¿no tendría que dar cuenta de ella Federico?

Pero su prometido respondió tranquilamente:

-Sobre la causa de la muerte no ha habido duda. El sargento de los gendarmes llevó allá, un médico... Parece que la posición del cuerpo, doblado sobre sí mismo con las fracturas de los huesos, probaba la cosa. Luego, los rastros de sangre más arriba un jirón de paño, plantas rotas... En fin, todo... ¡Ah, me olvidaba!.. Había también ramitas de helecho en los pedales de la bicicleta que correspondían a tallos quebrados, no junto al suelo sino en el aire...

-¿Ha asistido usted entonces a todas las averiguaciones?

-A las que se hicieron inmediatamente, sí. Bastante trabajo me costó salir de allí para venir a ver a la pobre Linita. Como yo era el único que había reconocido al muerto, no querían soltarme.

-¿Ha dicho usted quién era el muerto, entonces?

 
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de Daniel Lesueur

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