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La señora de Herquancy Pasó por alto esta frase, que a la nodriza de Lito le habría costado trabajo explicar. La sutil Solange confiaba más bien en la consagración de un buen hombre que en el silencio de una enamorada. Como Adelina debía haber puesto a su prometido más ó menos al corriente, mejor era ligar a ese mozo honrado mediante una confianza completa.

-Martita -dijo la señora de Herquancy -anda a avisar al señor Federico que puede entrar.

-Casi enseguida apareció un guapo mocetón q a pesar de su estatura de coracero y de su garifo bigote obscuro, se ruborizaba de timidez como una muchacha.

Solange le tendió la mano, lo que lo hizo ponerse más colorado todavía.

-Amigo mío -le dijo, con su gracia tanto más seductora cuanto más dignidad ponía en ella -usted va casarse con Adelina. Hágala dichosa porque ella lo merece. Sepa que me intereso por ella como por una hermana. Ella ha criado a mi querido hijito, que ha desaparecido. Cuento mucho con ella para encontrarlo. ¿puedo contar también con usted?

-Sí, señora. Conozco bastante, al lindo nene. Vea a él lo sentaba en una rodilla y a Marta en la otra. Y a cual de los dos me tironeaba el bigote.

-¿Hace tiempo que ama usted a Adelina?

-¡Oh! desde que estaba en la escuela. Pero no se lo dije sino cuando volví del regimiento.

Se atrevió entonces a echar una ojeada a la almohada donde descansaba la cabeza pálida con la venda de lienzo, que la hacía más pálida todavía.

-¿Cómo va eso, Linita? -preguntó, en tanto que una inquietud obscurecía su rostro marcial.

Y, como le hicieran un ademán tranquilizador, se volvió otra vez hacia la Condesa.

-Creí realmente que me la habían muerto -dijo.

-Adelina lo miraba con una impaciencia ansiosa. No se animaba a interrogarlo antes que la señora de Herquancy lo considerara conveniente. Pero sus facciones tersas pintaban su fiebre de saber.

-Vamos a ver, ahora -continuó Solange. -Nos trae usted una noticia ¿no es cierto?

-Sí, señora. Y muy curiosa.

-¿ Se trata realmente, de Gervasio?

-¿Gervasio?... ¡Ah, sí! parece que el canalla se llama así. O se llamaba mejor dicho. Porque ahora el nombre que tiene... no serla decente decirlo.

El joven cultivador de almácigos parafraseaba sin sospecharlo el célebre dicho de Bossuet: «Lo que no tiene nombre en ninguna lengua» y los no menos célebres versos de Byron: «Eso que no nombra uno ni en lo secreto de sí mismo y de lo que los vivos no hallan absolutamente entre ellos»

Las dos mujeres se estremecieron. Adelina no pudo contener un grito:

-Usted no es quien lo ha muerto, Riquito.

No -respondió el joven. -Se ha roto los huesos cayendo sobre una cuesta a pique, de cien metros al menos, en el bosque de Marly, con su bicicleta. ¿Lo hizo expresamente? ¿Equivocó el camino, de noche? No se puede decir.

-¿Y cómo ha sabido usted eso?

 
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de Daniel Lesueur

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