La Condesa posó sobre Adelina una mirada interrogadora y no hubo necesidad de que la joven respondiera a ella. Una ola de sangre rosada había invadido el rostro de la herida hasta bajo la venda que la cubría la frente.
Solange sonrió a los grandes ojos morenos suplicantes.
-¿Federico?.. -preguntó.
-Sí, señora Condesa. Pero hace, muy mal en venir ahora.
-¿ Se lo reprocha usted de veras?
-Seguramente, señora Condesa -dijo Adelina tan seriamente que la Condesa tuvo que creerla.
-¡Ah! -exclamó Solange con un suspiro. No se queje usted mucho de ver a la persona a quien ama.
-Es muy buena usted al decir eso. Pero Federico sabía que yo esperaba a la madrina del querido Lito, y no debía permitirse venir aquí...
-Discúlpelo -dijo dulcemente la señora de Herquancy. -¿Es capaz de ser discreto su Federico?
-Es el mozo más leal de la tierra. Además, señora yo nada le he confiado sobre secretos que no son míos.
-¡Bah! -continuó Solange, volviendo a sonreír con su sonrisa triste y deliciosa. -¿No debo fiar de él? ¿Puedo exigir que le oculte usted algo? Yo no habría sido capaz de hacer eso cuando estrechaba a mi amor vivo contra mí corazón.
-¡Oh, señora! -exclamó Adelina.
Las lágrimas subieron a sus ojos, revelando una emoción que la joven no sabía traducir en palabras. En ese momento, Martita entró en la pieza.
-Quédate con tía querida -le dijo la madre.
Pero la criatura gritó:
-¡Para ti, mamá!
Y extendía con esfuerzo una de sus manitas para blandir un papel doblado. Porque sus brazos estaban embargados por una muñeca casi tan grande como ella juguete que Solange le había llevado y del que no se separaba ni un instante.
La señora de Herquancy tomó el papel para pasarlo a Adelina, pero ésta se lo devolvió casi inmediatamente.
-Lea -dijo, incorporándose con agitación.
Solange recorrió con la vista estas breves líneas:
-Disculpe, Linita mía si la desobedezco. Pero le traigo una noticia extraordinaria. Creo haber visto, el cadáver del miserable de quien la libré una noche»
La Condesa alzó los ojos y encontró la mirada enloquecida de Adelina.
-¡Oh, señora! ¡han debido batirse!.. ¿Qué ha pasado, Dios mío?... Con tal que Federico no este en mal lugar.
-Preguntémoselo, -dijo Solange.
-¡Cómo, señora Condesa! ¿consentiría usted?
-¿En ver a su futuro esposo? ¿Por qué no? Quiero hacerlo amigo mío.
-¡Ya lo es! -exclamó ingenuamente Adelina.