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Algunas veces los estrechaba en silencio contra mi pecho, y esto les daba miedo y hacia que se mirasen sorprendidos. Mil horribles ideas cruzaban por mi mente desde los sucesos de 1812. Sabía muy bien que al volver el Emperador a París había perdido cuatrocientos millones de francos y doscientos mil o trescientos mil soldados, y no podía por menos de decirme apesadumbrado: «Esta vez será necesario que, marchen todos... hasta los muchachos de quince o diez y seis años»

Y como cada día llegasen hasta nosotros noticias a cual peores, llamé una noche a mis hijos y les dije:

-Escuchadme atentamente: los dos estáis ya bastante instruidos en los negocios para que los podáis ganar la vida en cualquier parte; y lo que aun no sepáis, lo aprenderéis más tarde sin dificultad. Por de pronto, si permanecéis un día más aquí, no escaparéis a la quinta y pereceréis como los demás; os conducirán al depósito, os enseñarán sobre la marcha el manejo del fusil y seréis enviados a una muerte: cierta en el campo de batalla. Nunca jamás volveríamos a vernos ni a tener noticias de vosotros.

Sara comenzó a sollozar y todos, acabamos por acompañarla en su llanto.

Pasado un corto silencio, proseguí, enjugándome las lágrimas:

-Pero si os decidís a marchar sin pérdida de tiempo a América por la vía del Havre, estoy seguro que, llegaréis allá sanos, y salvos. En América os dedicaréis al comercio, ganaréis mucha plata, os casaréis y multiplicaréis, según el mandato, de Jehová y me podréis mandar algún dinero cuando yo lo necesite, cumpliendo así el mandato del Señor: «Honrarás a tu padre, y a tu madre» Yo os bendeciré como Isaac bendijo a Jacob, y viviréis largos años. ¿Qué decís a esto? ¿Estamos, conformes?

Huelga decir que Itzig y Fromel no vacilaron un instante y que yo mismo les acompañé al Havre; y como cada uno de ellos había ahorrado veinte luises, sólo tuve que darles mi bendición.

Por lo demás, Federico, mis predicciones se han cumplido al pie de la letra: los dos viven todavía, tienen varios hijos, que, son mi posteridad, y cuando necesito alguna cosa se apresuran a enviármela.

Habiendo partido Itzig y Fromel, no, me quedaba más que, Safel, mi Benjamín, a quien amaba más que a los otros, si esto es posible. Tenía, además, como te he dicho, a Zeffen, casada con el honrado Baruch, de Saverne: ésta era la mayor y me había dado ya un nieto, a quien se puso por nombre David, según la voluntad de Jehová, que quiere que reemplacemos los difuntos con individuos nacidos en la misma familia. El abuelo de Baruch se llamaba David: el nuevo vástago que esperábamos debía llamarse como mi padre: Esdras.

 
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