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-¡Y es la verdad! -murmuró la señora Brzeska con trémula voz.

-«Prepárate, pues. Con el dinero que te envío procúrate lo necesario en cuanto a calzado, trajes y ropa blanca, todo en pequeña cantidad pero de la mejor clase, y dirígete en primer lugar a Semipalatinsk, donde llegará inmediatamente, si es que ya no ha llegado, la expedición científica y comercial de Sajonia-Coburgo-Gotha. El jefe de esta expedición, amigo y condiscípulo mío, me ha prometido llevarte hasta Pekín. Será más largo y más caro que el viaje por Kiachta, pero ganarás con la compañía de gente instruida. Hazte útil al jefe, para que no sienta el servicio que nos hace. Si necesitas dinero, pídeselo y me avisas. Pero sé económico: cuanto más ahorres, más pronto volveremos a nuestro país. Consérvate en buena salud. Besa las manos a tu madre; que no tenga inquietud alguna: eres un hombre, y el destino de los hombres es vagar por el mundo. Mi buena madre, tan sedentaria ¿pudo pensar nunca que yo vendría a vivir en Kiachta y a comerciar en té? Así, pues, ten esperanza y confío; nada sucede si Dios no quiere.

»Un abrazo para ambos de vuestro afmo.-

»Tomás Snietycki.»

Madre e hijo permanecieron largo tiempo silenciosos e inmóviles en medio de la habitación. La madre contemplaba fijamente al joven que miraba con distracción hacia la ventana...

La señora Brzeska salió por fin, amortiguando el ruido de sus gruesos zapatos de suelas chatas. Un instante después gemía la mesa de la cocina y repicaban los utensilios. La pobre señora, sin decir palabra, fue varias veces a observar a Juan, que se había tirado en la cama. Pero cuando ambos estuvieron sentados a la mesa, la madre declaró, con su vivacidad y sencillez habituales:

-¡Vaya, Juanito mío! tu tío tiene razón. Lloraremos un poco, sufriremos, y al fin y al cabo hemos de aceptar.

-¡No, no tiene razón, ni por pienso! ¡No siento la menor afición a los negocios!

 
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Yang-Hun-Tsy de Wenceslao Sieroszewski   Yang-Hun-Tsy
de Wenceslao Sieroszewski

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