-Las lágrimas, corriendo por sus mejillas, fueron a caer sobre
el revuelto cabello de su hijo.
En ese momento volvió a oírse el ruido en el vestíbulo; Juan se
levantó. Esta vez la puerta abrióse de par en par, y Teodoro apareció en todo su
esplendor.
-¡Alma generosa! ¡María Kazimirovna!... el correo -murmuró con
aire misterioso.
La señora Brzeska se estremeció, levantándose con viveza.
-¿Qué dices? -preguntó.
-Viene el cartero... Y probablemente trae una carta, porque ha
sacado de la bolsa algo blanco que está leyendo...
Lo cierto es que la obscuridad era ya completa afuera, y que no
podía leerse nada; pero, efectivamente, entró un empleado del correo, que
entregó a la señora Brzeska el aviso de una carta que le había
llegado con dinero.
-Es del tío -dijo en voz baja la anciana,- pero, a lo que veo,
esta vez te envía mucho: doscientos cuarenta pesos.
-¡Bondadoso tío! -exclamó el joven.- No quiere que te quedes
sin nada...
-¡Alma generosa! ¡María Kazimirovna! -volvió a bramar Teodoro
tras de la puerta.
-¡Bueno, bueno, se acabó! ¡Pero no olvides, Teodoro, que
esta es la última vez! Come estos restos de pan y de carne. Estás helado, y
serías capaz de enfermarte... Como tu mujer no ha cocinado hoy, probablemente no
tendrás nada que comer...