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-¿Qué ha ocurrido, mamá?

-¡Cómo! ¿ no oíste?

-Sí, pero creí que no fuera nada más grave que lo de costumbre... ¿Teodoro reñía con su mujer?

-¡Precisamente! Es un bribón, ¿oyes? Desde lejos vi que volvía borracho. Me asomé a la puerta, y esperé; fingía no verlo y mirar a otro lado. Pero el tuno se quita la gorra y trata de deslizarse tras de mí... naturalmente, le cierro el paso. -«¿Qué es eso? ?le dije,- ¿borracho otra vez? ¡y me habías jurado no volver a hacerlo! ¡Linda cosa, pasarse seis meses sin pagar el alquiler y beberse todo el dinero! ¡Solo el último perdido puede conducirse así!» Teodoro se echó de rodillas, tendiéndome el cuello. -«Córteme usted la cabeza, madrecita, -¡he pecado! ¡soy un ser abyecto!» -«¿Y qué quieres que haga con tu cabeza? No es una orza llena de plata, y lo que te pido es dinero». -«Córtemela, madrecita, líbreme de esta vida de pecado; ¡soy un hombre perdido!» -gemía Teodoro. -«Muy bien -le dije.- Te enviaré el alguacil para que te embargue los muebles y herramientas... ¿y con qué vas a ganarte el pan cuando te hayan quitado tus leznas y tus hormas?» -«Que embarguen -repetía llorando,- que embarguen todo cuanto tengo, y luego a mi mujer, y luego a mis hijos, y luego todo, todo cuanto encuentren!... » -¿Qué hacerle? Me encogí de hombros... Al ver que los vecinos se asomaban riendo, fui a ocultarme en el fondo del jardín. Cuando volví, encontré a Teodoro todavía de rodillas y con el cuello estirado. -«Vaya, Teodoro, ¡basta de comedia! ve, acuéstate, y trata de echar un buen sueño» -le ordené. Se levantó sin decir nada, dirigiéndose a su cuarto. Lo seguí y pude oír cómo lo recibió su mujer: -«¡Borracho, miserable! en vez de pagar el alquiler ... » Teodoro debió enloquecerse con esto, porque fue una de gritos, un alboroto tal, que tuve que entrar en el cuarto. La había asido del cabello y la tenía con la cabeza junto al piso, dándole puñetazos en el cráneo, en la espalda, donde quiera, y gritando: -«¿Quién es tu rey, quién es tu amo?» -«Teodoro -le dije,- ¡suelta a tu mujer! ¡Señora, deje usted a su marido! » No me oían, y me vi obligada a echarles un balde de agua...

-¿Y ahora, dónde está Teodoro? -preguntó el joven, levantándose.

 
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Yang-Hun-Tsy de Wenceslao Sieroszewski   Yang-Hun-Tsy
de Wenceslao Sieroszewski

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