-¡Le suplico, Teodoro -gritó Juan irritado,- que no venga a
molernos hasta aquí! ¡Márchese y cierre la puerta!
La puerta se cerró lentamente, pero del lado de afuera siguió
oyéndose largo rato un murmullo confuso.
Entretanto Juan se había deslizado hasta quedar de rodillas muy
junto a su madre.
-¡Querida mamá, mamita adorada! ¿No sería mejor, te lo repito
una vez más, venderlo todo y marcharnos juntos? Ya ganaré yo algo dando
lecciones, y con lo que nos envía nuestro tío, nos bastará, sin duda...
Pero la señora Brzeska meneaba la cabeza.
-No, hijo mío, no... No me moveré de aquí. Lo que tenemos es
muy poco, es verdad, pero, por lo menos, está seguro. Has terminado los estudios
del Liceo, y con la ayuda de Dios, también acabarás los de la Escuela
superior.
-La academia -rectificó el joven.
-¡Bah, es lo mismo! ¡La academia, vaya, la academia! En mis
tiempos se llamaba la Escuela, superior. Lo mismo da... Pero prefiero no contar
con esas lecciones problemáticas. Soy demasiado vieja, hijito, estoy cansada,
gastada. Un ser humano sería incapaz de vivir más de una vez una vida como la
mía.
-¡Pero, mamá! si precisamente por eso desearía...
Y, todavía de rodillas, hundió la cara entre las arrugadas
manos de la madre, y las besó.
-No -seguía repitiendo la señora Brzeska, -me quedaré aquí.
Subarrendaré un cuarto a algún rentista, u hospedaré jóvenes. En la academia
tendrás que gastar mucho más... ¡Pero escríbeme, escríbeme todos los días! ¡ No
dejes de hacerlo, sobre todo, escríbeme largo, con muchos detalles, sin olvidar
nada... ¡Ah! cómo voy a...