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-Claro está, hijo mío, claro está. Pero no me envíes nada. Es imposible quedarse sin recursos en un país tan lejano y tan salvaje...

-¡Pero, mamá! la China no es un país salvaje: su civilización es aún más antigua que la nuestra...

-Así me han dicho, pero yo no tengo la menor confianza en esa gente. Se visten Dios sabe cómo, los hombres usan trenza, se saludan poniéndose en cuatro pies, comen perros, gatos, gusanos... También es verdad que fabrican buena porcelana y hermosa seda... Pero, Juanito, cuando te encuentres entre ellos, líbrate, te lo suplico, de sus costumbres paganas... ¿me lo prometes?

El hielo estaba roto...

A la mañana siguiente comenzaron los preparativos de viaje: visitas a los amigos y conocidos, trabajos de costura, compras, arreglo de valijas...

*

* *

-Diez días después la señora Brzeska, regresaba de la estación... sin su hijo. Teodoro la acompañaba siguiéndola de lejos. La tarde, rosada, caía de nuevo, envolviendo la ciudad en sus brumas violeta. La anciana madre caminaba encorvada, con paso lento y pesado, como si sólo entonces sintiera, junto con la herida de la separación, todo el peso de su existencia llena de amarguras y sinsabores.

Al llegar junto a la casa volvióse hacia Teodoro, y haciéndole una seña con la mano, le dijo:

-Vete, Teodoro. Entra y que Dios te lo pague.

Teodoro no se movía y miraba compasivamente el rostro pálido y arrugado de la buena señora, y sus ojos preñados de lágrimas.

-Vaya, vete.

 
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Yang-Hun-Tsy de Wenceslao Sieroszewski   Yang-Hun-Tsy
de Wenceslao Sieroszewski

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