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Ningún cochero habría podido envanecerse como él de saber conducir un tronco por las calles de París. Sabíase de memoria la geneología de todo caballo de carreras, su peso, sus éxitos, y jockeys y adiestradores tenían para él toda suerte de consideraciones. Doctor en juegos de azar, en el Casino se le consultaba, en las jugadas dudosas, y en el baccarat, sabía explicar maravillosamente por qué era menester siempre "tirar a cinco". Por añadidura, había tenido tres duelos, de los que escapó enteramente ileso. Para decirlo todo de una vez: Oliverio se desvivía por continuar la historia de su casa, convertido en "señor Payaso" en los circos que gustaban de la high-life.

Se comprende que todo esto le ocupara mucho tiempo; y así, abandonaba a su mujer, durante meses enteros; apenas se anunciaban carreras o regatas, tanto en Inglaterra, como en Niza, como en cualquiera de las restantes poblaciones francesas. Y tras de tales ausencias:

-Buenos días, querida. ¿Te distraes mucho? Es menester que te diviertas... ¿Quién te lo impide?

Se hablaba de ello, indudablemente. Pero los amigos que actuaban de abogados de oficio pensaban engañarla repitiendo: -¡Posición obliga! ¡Es un hombre tan solicitado!

-Además, a buen seguro que él es el primer perjudicado al abandonar a una mujer tan linda...

-¡Ah, señora!... ¿Qué puede hacerse? El es así...

No, no había peligro, ni siquiera la sombra de un riesgo. Aquel cernícalo era hombre de suerte. Alina amaba a Rogerio de Prévallon y esto mismo preservaba a Oliverio de toda liviandad. Cierto que esto no había de tranquilizar al marido, si por casualidad éste tuviera noticia de las causas de su seguridad; pero él no dudaba y estaba satisfecho, bebiendo fuerte y burlando a su mujer cuanto podía y en todas las clases de la sociedad.

¿Lo sabía ella? ¡Vaya! Todas sus amigas, y aun muchos de los amigos de Oliverio, se lo habían dicho, como era de suponer: ellas, para mortificarla; ellos, con la vaga esperanza de incitar en la joven esposa deseos de represalias... en provecho propio.

Perdían el tiempo ambas partes; destruíanse todos sus cálculos. Conocedora de lo que ocurría, Alina pagaba todas estas confidencias con un "Uf" desdeñoso, que la aliviaba. Y cuando después de saberlo, vió a Oliverio, limitóse a decirle:

-Amigo mío, colocas mal, muy mal, tu confianza. Prueba de ello es que me han puesto al corriente de todas tus picardías. Si no estuviera próxima a ser madre, yo te libraría de mí sin recriminaciones; pero el hijo que va, a nacer me lo prohibe. ¿Y tú, tú te prestarás a estas relaciones amistosas que me alejarán de toda suposición de rivalidad con tus... amigas, verdad? Quiero decir que te dejo en completa libertad y que en lugar de tu mujer, hallarás en mí una amiga, si te place, o simplemente la madre de tu hijo.

 
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de Eduardo Cadol

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