https://www.elaleph.com Vista previa del libro "La señorita Raimunda" de Eduardo Cadol (página 11) | elaleph.com | ebooks | ePub y PDF
elaleph.com
Contacto    Sábado 04 de mayo de 2024
  Home   Biblioteca   Editorial   Libros usados    
¡Suscríbase gratis!
Página de elaleph.com en Facebook  Cuenta de elaleph.com en Twitter  
Secciones
Taller literario
Club de Lectores
Facsímiles
Fin
Editorial
Publicar un libro
Publicar un PDF
Servicios editoriales
Comunidad
Foros
Club de lectura
Encuentros
Afiliados
¿Cómo funciona?
Institucional
Nuestro nombre
Nuestra historia
Consejo asesor
Preguntas comunes
Publicidad
Contáctenos
Sitios Amigos
Caleidoscopio
Cine
Cronoscopio
 
Páginas 1  2  3  4  5  6  7  8  9  10  (11)  12 
 

-Puesto que se dispone usted a partir -dijo la señora de Barbazán al terminar -¿puedo pedirle que venga a despedirse?

Rogerio ofreció hacerlo.

-Mañana, ¿quiera usted, señor de Prévallon?

-Mañana, señora.

-Le esperaré a usted a partir de las diez. El se inclinó; ella le tendió la mano, y en la forma cómo estrechó la suya, pudo Rogerio convencerse de que el cariño exprespdo en las cartas de Alina no había sufrido alteración alguna.

¡Sus cartas! Era para restituirlas a su dueña, que él había accedido a ir a su casa, puesto que no se creía con derecho a guardarlas ni a destruirlas. Sabiendo que no se encontraba lejana su última hora, quería que Alina estuviese tranquila respecto a su correspondencia. Pudo llegarse a esto fácilmente, por fortuna; de no ser así, él se habría ingeniado para conseguirlo.

Presentóse Rogerio a la hora convenida y entregó su tarjeta a un sirviente. Alina le recibió sin precaución de ningún género, y en la entrevista, que duró largo rato, no hubo nada que diera pie a despertar la curiosidad de los criados ni a provocar suspicacias peligrosas.

Oliverio veraneaba entonces en casa de un cierto barón de Fonténe, cuya mujer lindísima tenía "un chic" extraordinario. De este modo pudo Rogerio visitar varias veces a Alina, y siempre con el mismo comedimiento, antes de emprender su viaje.

Seguramente, si se les hubiera escuchado tras de una puerta, habrían sorprendido sus conversaciones, pero ninguno de los criados pensó siquiera en ello. "Este señor" iba allí, como todo el mundo; su vestido, sus maneras, eran las de toda persona en visita. Se sabía que venía de lejos y que se disponía a marchar otra vez, después de haber arreglado no se sabe qué, de la herencia de su padre. Además, ¡estaba tan enfermo! Subir las escaleras érale un tormento, y cuando empezaba a toser daba lástima. Una vez vieron que llevaba el pañuelo a sus labios y que lo apartaba manchado de sangre. "¡Pobre señor! ¡Está dando las boqueadas!"

La última vez que fue a casa de Alina le anunció que dejaría París aquella misma tarde, tomando un tren que salía para San Nazario. Largo tiempo estuvieron aparentemente serenos, uno frente del otro. Aquellas dos existencias malogradas, perdidas, llenas de hiel, procuraban dominar su infortunio, vencerlo, ser más fuertes; se lo habían dicho ya todo; conocían hora por hora las fases de su vida, después de su separación, y ambos tenían conciencia exacta de su situación. Se sentían seguros de sí mismos, sobrado poderosos para ver un nudo más en la injusticia que los había separado. Pero cuando Rogerio se levantó para despedirse y cuando pronunció la terrible palabra: "¡Adiós!", Ana cedió impotente, al dolor que la ahogaba y derramando ardientes lágrimas, se arrojó en brazos del joven.

 
Páginas 1  2  3  4  5  6  7  8  9  10  (11)  12 
 
 
Consiga La señorita Raimunda de Eduardo Cadol en esta página.

 
 
 
 
Está viendo un extracto de la siguiente obra:
 
La señorita Raimunda de Eduardo Cadol   La señorita Raimunda
de Eduardo Cadol

ediciones elaleph.com

Si quiere conseguirla, puede hacerlo en esta página.
 
 
 

 



 
(c) Copyright 1999-2024 - elaleph.com - Contenidos propiedad de elaleph.com