Va usted a morir... ¡Ah! ¡Cómo le envidio a usted, Rogerio! Esto será para usted una liberación, mientras que para mí será una esclavitud eterna, una humillación, una sujeción a unos deberes repugnantes, detestados... Al menos, sépalo usted, amigo mío: ¡Yo no puedo amar a otro! Quiero convencerle de la fidelidad de mi amor, fidelidad que es mi gloria, mi alegría y que va a ser el consuelo de no haberle pertenecido.
Estrechóle luego contra su corazón, y, como la víspera de su desastre, besóle en la frente.
-¡Te amo! -murmuró.