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La chirimía es una flauta de unos treinta cm de largo. Por lo general, las tonalidades en las que se mueve son muy elevadas y recuerdan el octavín de nuestras orquestas. En la chirimía se ejecutan melodías desordenadas, en apariencia extravagantes. El flautista de Uspantán era un maestro consumado y las escalas y trinos que lograba, acompañado del sordo redoble del kohon, me recordaban a nuestros cantores tiroleses. Al mismo tiempo, era uno de los indios más bellos que había visto en Guatemala. Los antiguos reyes Calb'I-Balam y Oxib-queh no pueden haber evidenciado en sus facciones una mayor nobleza natural que este músico de Uspantán. Llevaba su chamarra (chaqueta de lana) de fina y extraordinaria confección, anudada en torno al cuello y el tronco. El hombre y su música me embelesaban al extremo que no podía apartarme del Baile de los moros, por ridículo que les haya parecido a los indios. Obsequié al ejecutante de chirimía mi pequeña reserva de cigarros para recompensarlo por el placer que me había deparado. Me agradeció con una inclinación y un movimiento de su sombrero, sin dejar de tocar.

La "relación" o sea, el texto recitado por los participantes durante el Baile de los moros, ofrecía poco interés, dado que es una composición de los padres cristianos. Mi ejecutante de chirimía representaba el papel de un souffleur. Cada actor recitaba su parte con voz monótona, elevándola por encima de su tono natural, al igual que los muchachos aplicados de nuestras escuelas de aldea que creen hacerse merecedores a un elogio especial cuando dicen su lección en voz alta y aguda. Desconozco si esta es una característica de la retórica indígena, si los antiguos sacerdotes y reyes de los Nahuatl y Mayas habrán pronunciado en ese tono sus bellos discursos. Quizá fuera sólo consecuencia de la inexperiencia de los actores en la declamación libre, pues en sus conversaciones corrientes la voz del indio de manera alguna carece de una significativa modulación.

Aproximadamente a las ocho de la mañana, a una señal de las campanas de la iglesia, se suspendieron los bailes. El pueblo de Uspantán fue a congregarse en la plaza frente al templo, del cual fueron sacadas en procesión algunas imágenes de santos, maravillosamente engalanados. El papel más destacado parecía corresponderle al Cristo crucificado, al menos los participantes de ambos bailes se unieron a él. Asimismo, se anexaron a la procesión la marimba, el kohon y la chirimía. El cortejo se puso en movimiento a paso lento y pronto regresó a la plaza. Dio comienzo entonces un espectáculo desenfrenado. Los cohetes ascendieron raudos para estallar con gran estrépito en el diáfano cielo azul de la mañana. Los ejecutantes de los bailes con sus abigarradas vestiduras se entregaron a una frenética ronda bajo el ardiente sol y al son de sus estridentes instrumentos. Uno tras otro, los santos volvieron a ser llevados al interior de la iglesia. Por último, sólo quedó la imagen del Cristo, cuyos portadores empezaron a describir con él círculos de izquierda a derecha, en tanto, los disfrazados, moros y españoles, venados y cazadores, lo hacían en dirección contraria, de derecha a izquierda a un ritmo cada vez más acelerado, acompañados por el sordo trueno del gran tambor y el estridente trino de la chirimía, mientras la marimba callaba. Hace siglos atrás, los habitantes de Uspantán deben haber bailado así, en medio de su ebriedad, ante la imagen de su dios Exbalanque antes de sacrificarle animales y vidas humanas.

Cuando el Crucifijo fue introducido en la Iglesia se hizo el silencio, el sacerdote celebró la misa en medio de aquella extraña horda de santos adornados con extravagancia y máscaras y al concluir el oficio religioso se reanudaron los bailes frente al templo. Los moros y, los españoles se alejaron a poco y cedieron lugar a los participantes del Baile del venado que representaron la pantominia de una cacería.

 
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Paseos y fiestas de la capital de Joseph Burkart   Paseos y fiestas de la capital
de Joseph Burkart

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