Una banda ejecuta música militar para entretener al público durante un intervalo. Los vendedores ambulantes aprovechan a ofrecer frutas y pasteles mientras los concurrentes comentan el espectáculo. Un nuevo son de trompeta anuncia la salida del segundo toro y es la señal de comienzo para una lidia similar a la anterior.
A veces, al entrar a la plaza de toros, pueden verse en el ruedo una o varias barras para equilibristas y también un armazón liviano del que penden sombreros, pañuelos, chaquetas, chalecos, espuelas, etc. Son los premios para los equilibristas más diestros. Después de la segunda o tercera lidia una señal indica la entrada de los leperos, quienes competirán por esos premios. Con su precaria vestimenta, casi desnudos, se los ve esforzarse por pescar uno o varios premios. Se presencian allí las actuaciones mas graciosas y a menudo dejan entrar en la arena un nuevo toro que arroja al suelo las barras, los premios y a los leperos y pone fin a este entretenimiento del pueblo.
De ordinario, luchan cinco o seis toros por tarde, a veces algunos más y durante ese tiempo la plaza de toros no es abandonada por los espectadores que no se cansan de reír y gritar.
El mexicano siente el mismo entusiasmo apasionado por la lidia de toros y por la riña de gallos, pero no es el interés por el espectáculo lo que le hace practicar la diversión mencionada en último término, sitio su vicio por el juego. En la mayoría de las poblaciones de México hay pues una casa apropiada, destinada a las riñas de gallos, la plaza de gallos: un local circular, cubierto, provisto de asientos. Muchos mexicanos tienen en gran estima a sus gallos de riña. El hombre común los cuida mucho. Atado de una pata lo tiene en sus habitaciones y lo alimenta con particular esmero. Los domingos y, días tic fiesta lo pasea en brazos por los alrededores, pues en esos días se dedican varias horas a la riña de gallos. Todo el inundo se da cita en la plaza, sin distinción de clases o de fortuna. Una vez escogidos los gallos que participarán en la competencia se hacen las diversas apuestas y a menudo son bastante importantes las sumas apostadas a la victoria de tal o cual gallo. Una persona destinada especialmente para este menester, o varias, circulan entre los concurrentes, recogen el importe de las apuestas, lo depositan sobre una mesa y a cambio de una pequeña gratificación lo entregan al ganador. Los gallos se arman con pequeñas navajas muy filosas sujetas al pie. Sostenidos por sus respectivos dueños, se los enfrenta y excita y, luego se lo suelta. Pronto el combate queda decidido, ya que a raíz de las armas cortantes, uno de los contrincantes herido mortalmente no tarda en desplomarse. Las apuestas son muy elevadas y, en ocasiones he visto apostar varios centenares de pesos en una sola rueda.
La fiebre del juego es muy grande en todas las clases de México y aun cuando en las reuniones sociales a menudo se juega L'hombre, se tiene mayor predilección por el monte, un juego de azar, en el que se hacen apuestas muy elevadas. Cuando se organiza una pequeña comida sin duda ciertos caballeros se separarán de los demás comensales, irán a una habitación especial y establecerán una banca. Luego los demás los echarán de menos e irán a reunirse con ellos. Esto pasa en las fiestas nocturnas, en los bailes, etc.