Pero, al advertir que aquella solterona con el pelo blanco y un niño ilegítimo causa una impresión penosa a la señora, coge a ésta por un brazo y le dice:
-Venga y verá una cosa rara.
La lleva a otra hilera de lechos y se
detiene junto a uno. Una mujer de rostro pálido y contraído yace sobre las almohadas y se ríe, se ríe continuamente, estrechando contra su pecho a un pequeñuelo. Cuando mira al director, suelta una retahíla de palabras incomprensibles y al mismo tiempo se escapa de sus labios un hilo de espuma. Pero sus ojos, sus grandes ojos claros, brillan con extraña alegría.
-No sólo es una anormal -dice el doctor -; además tiene las rodillas tocándole con el pecho, y está así desde pequeñita. Pero a pesar de eso es madre, como ustedes ven. Entre nosotros los cristianos, suceden cosas que ni siquiera sospechan las mujeres honradas que se pasan la vida haciendo calceta para los paganos.
La mujer se ve obligada a apoyarse en su marido porque se siente desfallecer, y murmura:
- ¿No será ella?
Pero el director vuelve a cogerla del brazo y a sonreírle nuevamente, muy satisfecho.
-Venga- dice-, ahora le enseñaré una cosa muy hermosa. Me parece que está durmiendo.
La forastera comprende que se trata de quien ella sabe y su corazón palpita impaciente.
El director la lleva hasta una cama, junto a la ventana. Aunque está corrida la cortina, un torrente de luz irrumpe en la sala y envuelve las almohadas en tintas rosáceas. Los visitantes ven la cabeza de una mujer joven y robusta. Duerme la moza. Tiene destrenzado el pelo obscuro y abundante que le cae por la frente y desaparece bajo la espalda en tanto que la cabeza se inclina amorosamente, hacia el pequeñuelo que duerme sobre su hombro.