El director no pierde la serenidad y dice con acento jovial:
-¿Qué tal ha dormido usted? ¿Cómo está el nene?
La muchacha se sube las mantas hasta la barbilla sin responder y se vuelve del otro lado. El niño se despierta y comienza a lloriquear, y la moza le calla, inclinando hacia él la cabeza. Pero un rubor vivísimo le enciende el rostro.
Al salir, la visitante se detiene en el unibral y mira largo rato la cama próxima a la ventana, porque experimenta ya la sensación de separarse de su propio hijo. Cuando se ve nuevamente en el patio, le dice al director:
-¿No le parece a usted bien, quizás, que la madre no sepa en donde va a estar su pequeño?
Y el director responde:
-Tiene libertad completa para elegir. Por lo pronto, se le puede dar tiempo para reflexionar, y, por otra parte, yo no pienso emplear halagos ni amenazas. Por lo tanto, esperemos.
Cruzan juntos el vetusto portal. Y la mujer habla de hacer algo en favor de la infeliz muchacha por conducto del director.