El hombre dejó a su mujer en el
patio y subió rápidamente la escalera del despacho del administrador; pero volvió en seguida diciendo que el director estaba con el médico de guardia. El portero, apoyado en la azada, señaló una casita roja, aislada, inmediata al ala derecha.
-Sí, allí está el ayudante -murmuró.
Precipitóse allá el hombre, y a poco salió, muy excitado.
-Pero, ¿qué enredos son éstos? -exclamó-. El director está haciendo en este instante la visita con los alumnos de medicina.
-Sí; entonces deben ustedes aguardarle en su despacho -aconsejó el porter, soltando la azada.
Indicó una escalera de piedra grisácea, a la derecha del portal. El hombre lanzó un suspiro y subió, en tanto que la mujer optaba por seguir esperando en el patio.
Esta vez estuvo ausente bastante tiempo, y
la mujer comenzó a pasear de arriba abajo, intranquila. Parecíale
larga la espera porque estaba impaciente por conocer el resultado de la visita. Contaba más de cuarenta años, y al fin hubo de renunciar a la esperanza de tener un hijo, pero entonces, decidió adoptar un chiquillo extraño, -un recién nacido, de la "Maternidad"; podía escogerlo entre muchos, y al mismo tiempo llevaba a cabo una buena acción. Ya hacia más de un año que diera el encargo al directo, pero no era ella fácil de contentar. Ante todo debía ser un niño sano y bien conformado; además, también la madre había de ser sana y bien conformada, y, por último, era preciso que ésta aceptase las condiciones que se le impusieran. Hasta el día anterior no la llamó el director, porque creía haber encontrado lo que ella quería.
Y, ahora, el pequeñuelo se
encontraba tras de aquellas ventanas. ¿Qué aspecto tendría.? Dentro de un instante le vería, tal vez pudiese sacarle de la casa en el acto. Pero, si llevase en sí el germen de una triste herencia, ¿sería luego para ella un hijo, verdaderamente? ¡Pueden suceder tantas cosas tratándose de un niño extraño a quien de repente se quiere con todo el corazón!