Y a Nelet, la silenciosa naturalidad con que Marieta, digo mal, la señorita María, escuchaba todo aquel cúmulo de absurdas recomendaciones, dolíale más que las palabras de la churra.
Todo lo dicho -continuaba ésta- no
era ni remotamente que se pretendiera cerrar al chico las puertas.
Ya sabía que lo consideraban como de casa y que toda la cocina era para él. Pero cada cual en su sitio, ¿estamos?
No olvidando esto, podía volver cuando quisiera.