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Oíase, en esto, la voz levantada de Alberto que, hablando a los verdugos sin haber aún roto en quejido, daba muestras de dolor agudo que ya se hacía intolerable. El silencio que, por pocos momentos, se apoderó del Tribunal dio cumplido efecto a un gemido agudísimo que concluyó con un sonido sordo como de persona que se desmaya. Los cabellos se hubieran erizado a cualquiera no acostumbrado a semejantes escenas, y aun las facciones secas y rígidas del fraile se demudaron, aumentándose su palidez. Sonó la campanilla otra vez, y el presidente, que no había quitado los ojos de sobre el religioso preso, le dijo:

-Confesad o preparaos a ocupar el puesto que por ahora va a dejar vuestro compañero.

-Extraña demanda -contestó en voz pausada Fray Gregorio- la de que confiese lo que no sé, de que admita una acusación sin más fundamento que una vaga sospecha. Mi conducta anterior me absuelve de ella.

-Vuestra conducta, padre, ha tenido siempre algo misterioso. La historia de vuestra vida está incompleta, ¿Qué erais antes de tomar el hábito? ¿Por qué ocultáis el país de vuestro nacimiento?

-Porque nada tiene que ver mi patria con mis desgracias.

-Más de lo que acaso os convendría decir -contestó el presidente-.Pero oigamos -continuó- lo que dirá el joven alemán.

Salía, en efecto, el infeliz, pálido como la muerte, sosteniéndose sobre los hombros de los ministros de justicia, o más bien sostenido por ellos, pues, según se veía, el tormento le había quitado el uso de los brazos. Faltábanle las fuerzas para hablar, y fue preciso darle una pequeña banqueta para que respondiese sentado a las preguntas y careo, que continuó de esta manera:

-Aunque os decís alemán, vuestros papeles dan indicios de que no nacisteis en aquellos dominios.

-No, señor -respondió Alberto-; Madrid fue el lugar de mi nacimiento, pero aún no tenía un año cuando mi madre, que era natural de Nuremberg, me llevó allá, acompañada de su hermano suyo, bajo cuya protección me he criado.

-¿En Madrid? -exclamó Mocénigo, clavando los ojos en el joven como si tratase de reconocer sus facciones- ¿Cómo se llamaba vuestro padre?

-El nombre de mi padre es un secreto que no me es posible revelar por ahora -contestó Alberto.

 
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Intrigas venecianas de José María Blanco White   Intrigas venecianas
de José María Blanco White

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