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Sin salir de su posada en todo el día, aguardó Alberto a que el sol se pusiese y, batiéndole el corazón corno si se le quisiera salir por la boca, entró por los solitarios claustros de San Francisco cuando ya se necesitaba el auxilio de la lámpara que ardía a la entrada del patio interior en que estaba el noviciado. Con cierta especie de calofrío, pasó bajo el arco intermedio y al fin divisó el altar de la Virgen, que estaba al otro lado del cuadrángulo. Llegado que fue a él, hincó las rodillas y, aunque poco acostumbrado a actos de devoción, no pudo menos que sentirse poseído de un cierto abstraimiento pavoroso que más parecía efecto sobrenatural que resultado de las circunstancias externas. Absorto y confuso se hallaba Alberto, sin poder reducir el tumulto de sus pensamientos ni aun a aspiraciones sueltas con que implorar el auxilio del cielo, cuando el eco de los silenciosos claustros llevó a sus oídos los mesurados pasos y el arrastrar de la larga túnica de un religioso que se acercaba al altar. Un movimiento involuntario le hizo ponerse en pie y volverse hacia el ángulo de donde se oía el ruido. En efecto: vio venir un fraile con la capucha calada que se dirigía a él.

-Alberto -le dijo en voz baja al acercarse-, por el saber de tus pasos e intenciones que te mostró mi carta de anoche puedes inferir que no me eres desconocido. Si tienes cautela y eres capaz de guardar un secreto, tu fortuna se verá bien pronto restablecida. ¿Conoces a Mocénigo?

-Sí, le conozco, aunque no puedo decir que lo he tratado -respondió el joven.

-Bien sé -replicó el fraile- que aunque trata a Elvira, la hermana de Giannetta, nunca va públicamente a su casa. Pero, aunque te parezca extraño que una persona de mi profesión te proponga volver a un lugar de disipación, la seguridad del Estado Veneciano lo requiere. Tu pobreza te ha echado de las puertas de tu querida, pero en poder de tu banquero hallarás medios que te franquearán otra vez la entrada. Mocénigo conspira contra su patria. El hecho es cierto, pero faltan pruebas. Insinúate con Elvira, gana su confianza con dones y promesas y encubre tus miras para todos continuando en la intimidad con su hermana. Si lograres averiguar aunque sea un indicio, con tal que pueda servir de prueba al suspicaz Tribunal de los Diez, tu fortuna es segura. De todos modos empieza a gozar el premio en los fondos que hallarás depositados a tu orden. Pero ten presente que el menor desliz de tu lengua te confina para siempre a una de las más oscuras prisiones del Estado. Dentro de treinta días cabales te espero aquí para darme noticia de lo que hayas hecho.

Sin aguardar respuesta ni pedir consentimiento a comisión tan peligrosa, el fraile volvió la espalda y en breve se ocultó en la oscuridad de los claustros.

Pasmado quedó Alberto por algunos instantes a efecto de la sorpresa que las palabras del fraile le causaron. Diose prisa a dejar el convento y retirose a su posada. Aunque buscó reposo a su agitado espíritu en el sueño, sólo aumentó el apresuramiento febril de su sangre con la multitud de ideas extrañas y confusas que poblaron su cerebro durante una especie de duermevela en que de cuando en cuando caía. Amaneció, y con la primera luz salió de su casa ansioso de respirar el aire fresco y libre. Continuaron sus cavilaciones hasta que fue hora de abrirse el banco, y, más bien por averiguar si las imágenes que le presentaba la fantasía eran efecto de objetos reales que por la esperanza de hallarse con nuevos medios de volver a ver a su Giannetta, se acercó a preguntar al cajero si tenía algunas noticias de sus corresponsales.

 
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de José María Blanco White

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