Rosa, la abuela, había seguido
todos los juegos de fisonomía de su hija y comprendido que ocurría algo grave. Cuando el nombre de Juana, pronunciado en voz alta llegó a sus viejos oídos, se dió cuenta de todo y, mirando a Combals, hizo un gesto con la cabeza que era una aprobación y un consejo de que tuvíese energía. Domingo se volvió a sentar tranquilamente en su silla y dijo, acompañando cada palabra con un golpe de mano en la mesa:
-Y bien, Natalia, suponiendo que lo que me dices sea verdad, hay que dejar a esos muchachos que se amen. No veo en ello mal alguno.
-¿Dejarías, entonces, a Pedro casarse con Juana?
-¿Por qué no?
-¿Querrías dejar entrar en tu familia a la hija de un ladrón, de un incendiario?...
Domingo dió en la mesa un puñetazo que hizo estremecerse los platos y los vasos, y dijo levantándose y con voz fuerte:
-Juana no es responsable de eso. Me basta con que sea honrada y laboriosa y con que ame el país en que ha nacido y crecido. Lo demás no es nada.
Y al ver que Natalia iba a responder y a enfadarse, la voz cascada de la abuela se elevó tranquila y digna en aquella atmósfera de tempestad :
-Domingo tiene razón, Natalia -dijo la abuela lentamente.-Los hijos no son responsables de las faltas de sus padres, y Juana menos que nadie...
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