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III

¿Querrá el obrero recibir lecciones de economía social?

¿Habrá quien se las dé?

Estas preguntas formulan dos dificultades grandes, pero no imposibles.

Es una triste ley que las necesidades del espíritu se hagan sentir menos cuando son mayores; a pesar de ella, las ideas se van infiltrando, aunque muy despacio, en esas muchedumbres (en una parte al menos) que parecían impenetrables a la cultura.

En los establecimientos para la instrucción del obrero, cualquiera que sea suíndole y manera de funcionar, se ven algunos que admiran a las personas de buena voluntad y de buen sentido, que observan la perspicaz inteligencia en unos, la asiduidad y constancia en otros, y en algunos la especie de heroísmo con que, después de un trabajo rudo, mal vestidos y peor calzados, arrostran la intemperie por ir a aprender, muchas veces sin que esperen ventaja material de lo que aprenden, y sólo por el gusto de saber. De entre estos obreros (que los hay donde quiera que se enseña) saldrán los primeros alumnos de economía social, y esta enseñanza, aunque no lo parezca, será mutua; porque, como el asunto es tan interesante, se habla de él en el taller y en la fábrica en los ratos de descanso y en los de recreo; el obrero que en cuestiones sociales tiene ideas exactas contribuirá a rectificar los errores de sus compañeros mucho más que ningún docto profesor. Las verdades del burgués son sospechosas de interesadas; las del compañero se ofrecen claras al entendimiento, que las recibe sin prevención hostil, propia para obscurecerlas; es evidente la eficacia de esta enseñanza mutua, que no tiene apariencia de enseñar, y de esta propaganda tan natural que se hace y se recibe sin notarlo.

No deben, pues, desalentarse los que enseñen economía social a los obreros si tienen pocos discípulos y aunque no tengan más que uno directo, porque indirectamente pueden resultar muchos de lo aprendido por aquél.

Más o menos, habrá quien aprenda. ¿Y quien enseñe?

 
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