El ebanista o el ajustador aprenden a
trabajar el hierro o la madera con perfección, pero ignoran absolutamente por qué la pieza que sale de sus manos vale más o menos en el mercado; por qué de este precio recibe él una parte mayor o menor, y por qué esa parte es insuficiente o no, según el alquiler de la casa que habita, labaratura o carestía de los artículos que consume y lo moderado o excesivo de los tributos que paga.
Esta ignorancia no es en él absoluta; tiene algunas ideas que, por ser pocas, le inducen a error, no pudiendo suspender el juicio; y no puede porque:
Es natural buscar explicación a las cosas que mortifican y remedio a los males que agobian;
Se abstiene de juzgar de lo que no entiende en astronomía, en mineralogía, y aun en política, que desdeña, pero no puede prescindir de la falta de equidad con que se retribuye su trabajo o se le exige un alquiler excesivo por la inhabitable casa que habita, o una contribución que le abruma;
Porque la falta de competencia la ven los otros, rara vez el que juzga, máxime sobre asuntos que le interesan;
Porque, además del interés, tiene acaso la pasión, que tuerce los fallos y los precipita;
Porque adquirir las ideas necesarias para un juicio exacto exige un esfuerzo penosísimo en quien tiene pocas. ¿En qué se apoya la rutina? En la dificultad de cambiar la manera de ser intelectual del rutinario. No son las novedades lo que aborrece, sino el esfuerzo de la inteligencia necesario para realizarlas, y la prueba es que él mismo dice que todo lo nuevo place y experimenta el placer de la novedad cuando se trata de diversiones, que le gustan más cuanto más variadas, porque no necesita esfuerzo intelectual para disfutarlas. Hoy el hombre del pueblo es rutinario por la dificultad de razonar las cosas nuevas, y revolucionario por el ansia de realizarlas.