Este contraste anárquico no se
atenúa, antes se refuerza, cuando los innovadores pertenecen a la clase
de simplificadores, muy numerosa y muy popular, como que halaga con las
facilidades que ofrece al discurso y a las más gratas esperanzas.
Ignorando la relación que entre sí tienen los fenómenos
sociales, y la dificultad, a veces imposibilidad para él, de
determinarlas, es simpático al pueblo, al que facilita la obra de su
entendimiento y le presenta un problema sencillo, de cuya solución
depende su bienestar. Así, por ejemplo, de la primera
simplificación resulta que todo el daño viene de la tiranía
del capital; de la segunda, resulta que el capital es el dueño de
fábrica; y de la tercera, que, obligándole a pagar bien a los
operarios, la condición económica de éstos se
transformará. Otras veces todo el mal viene de la concurrencia, primera
simplificación; la segunda consiste en proteger la industria. ¿Por
qué falta trabajo? También se simplifica la respuesta. Porque
está mal organizada la sociedad, de lo cual resulta que hay mucha gente
descalza y muchos zapateros que no tienen que hacer.
Con unas cuantas leyes se remedia todo
esto, suponiendo el caso, más favorable, de que no quiera remediarse a tiros. Y ¿cómo serán esas leyes? Ya sabrán cómo han de hacerlas los que le han hablado de ellas. El obrero sabe que con las actuales está muy mal; que con otras diferentes u opuestas estará mejor; y como todo análisis es para él laberinto, se resiste a entrar en él, y los simplificadores encuentran terreno abonado para sembrar sus facilidades imaginarias, que con frecuencia se convierten en difilcultades reales.
De que el pueblo no tenga bastantes. ideas
para juzgar bien en cuestiones económicas ni pueda abstenerse de juzgar, resulta otro inconveniente grave: y es queda pábulo a los desvaríos de los simplificadores teóricos. Prescindiendo de los muchos que en su interés explotan la ignorancia, hay no pocos que encuentran en ella como un fermento para sus ideas quiméricas y vanas ilusiones; soñadores de buena fe, que no soñarían tanto si su imaginación, en vez de la credulidad que la sostiene y excita, encontrase el buen sentido que la enfrenara; toda colectividad extraviada contribuye más o menos a extraviar a los que la extravían.
Cuando un pueblo se halla en la crisis intelectual de que hemos hablado, con algunas ideas que estimulan su espíritu, pero no las bastantes para guiarle, es muy frecuente que, cuanto más quiere, menos sabe cómo ha de conseguirlo, y en el cómo de que prescinde suele estar la dificultad grande, si acaso no es insuperable.
Los obstáculos no se suprimen por ignorarlos, pero el ignorante suele dar por suprimidos los que ignora.