-Pero, ¿si pide perdón, si promete no hacerlo más?
-No pedirá perdón -fue la contestación.
-Yo quiero que lo haga -insistió la
niñita, rechazando todo consuelo-. Daré mi casa de muñecas sólo por que ella suba otra vez. ¡Es tan terrible lo que le pasó a la pobre Inger!
Aquellas palabras llegaron al
corazón de Inger y parecieron hacerle bien. Era la primera vez que alguien decía "Pobre Inger" sin añadir nada acerca de sus malas acciones. El que una niña inocente estuviera llorando y rogando por ella la hacía experimentar una sensación del todo extraña. Inger también hubiera deseado llorar, pero era incapaz de derramar una sola lágrima, cosa que aumentaba aún más su tormento.
Tal como los años
transcurrían arriba, así también iban pasando abajo sin cambio alguno. Inger oía menos voces procedentes de la superficie; era que ya se hablaba menos de su historia. Pero cierto día percibió el rumor de un suspiro.
-Inger, Inger, ¡cuánto has apenado a tu madre! Pero yo siempre supe que lo harías.
Su madre estaba moribunda.
Otras veces oía su nombre mencionado por sus antiguos patronos; las palabras más pronunciadas por su ama eran:
-¿Te veré otra vez, Inger? Nunca se sabe adónde puede una ir.
Pero Inger sabía bien que su buena y amable ama jamás habría de llegar al sitio donde estaba ella.