Y bien; ésa es la historia.
Pero, ¿qué se había hecho Inger?
Inger había descendido a la morada
de la Mujer del Pantano, que tiene allí abajo una destilería de cerveza. La Mujer del Pantano es hermana del Rey de los Duendes y tía de las jóvenes hadas que todos conocen tan bien, y sobre las cuales se han escrito versos y pintado cuadros. Pero todo lo que la gente sabe acerca de la Mujer del Pantano es que a la hora en que la niebla matutina se esparce sobre las praderas en el verano, ella está allí en su establecimiento, preparando cerveza. Y fue precisamente en su cervecería donde cayó Inger, un lugar donde nadie es capaz de permanecer mucho tiempo. Un carro de basurero es algo agradable comparado con la cervecería de la Mujer del Pantano. El olor que despiden los barriles basta para desmayar a cualquiera, y hay que tener en cuenta que los barriles están tan juntos que no se puede pasar por entre ellos, pues cada resquicio está obstruido por montones de sapos fétidos y viscosas serpientes. Y la pequeña Inger fue a caer entre todas esas horrendas sabandijas.
Hacía tanto frío allí
que la niña temblaba de pies a cabeza, y los miembros se le pusieron rígidos. El pan estaba adherido firmemente a sus pies, y la atraía hacia abajo a la manera en que un botón de ámbar atrae una brizna de paja.
La Mujer del Pantano estaba en su guarida, recibiendo la visita del Viejo Duende y su bisabuela. La vieja es una mujer muy maligna, y no se la ve nunca ociosa. Estaba ocupada en preparar cuero de vagabundo, para poner en los zapatos de la gente de modo que el que los calzara no pudiese nunca encontrar descanso. Bordaba mentiras, y ensartaba en un hilo todas las palabras inútiles que caen a la tierra, para hacer bromas pesadas con ella. ¡Oh, sí!, la bisabuela sabía tejer y bordar con gran finura.
En cuanto vio a la pequeña Inger se puso los anteojos y la observó atentamente a través de los cristales.