"Ellos debieran haberme educado mejor -pensaba Inger-. Debieran haberme quitado de la cabeza todas aquellas fantasías durante el tiempo que estuve con ellos".
Oyó también una
canción que alguien había compuesto y que se cantaba ahora por toda la comarca acerca de cierta niña orgullosa que pisoteó un pan por no ensuciarse los zapatos.
"No sólo yo, hay
también otros que deben ser castigados por sus culpas -decía Inger-. Y no es poco lo que hay que castigar. ¡Oh, qué terrible es mi tormento!"
Y su corazón se endurecía más aún que su envoltura externa, rebosante como estaba de ira y malignidad contra todos sus semejantes.
"Nadie se hará nunca mejor de
lo que es en semejante compañía -pensaba- y por cierto yo tampoco mejoraré. ¡Cómo me miran todos! ¡No les faltará tema para hablar a los de allá arriba!"
Oyó cómo la gente narraba a los niños la historia de la "malvada Inger", como se la llamaba. Y de los labios de los pequeños no brotaban sino palabras hostiles contra ella.
Pero cierto día, cuando más
la estaban royendo la ira y el hambre, oyó cómo alguien mencionaba el nombre de Inger y contaba su historia a una inocente niñita de corta edad, y cómo ésta rompía a llorar al saber lo ocurrido a la orgullosa y vanidosa muchacha.
-¿Es que nunca volverá aquí arriba? -preguntó la niña. Y la respuesta fue:
-Nunca volverá aquí arriba.