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"¡Qué poderes
extraordinarios son los míos! -exclamó el viejo farol despertando del sueño-. Casi desearía ir a la fundición. Pero no; eso no tiene que ser mientras vivan los viejos. Ellos me quieren por mí mismo. Me tienen limpio; me proveen de aceite; soy para ellos algo así como el cuadro del Congreso, que tanto les gusta". Y desde ese momento se sintió
satisfecho y cómodo así como era, y no deseó más alcanzar lo que un farol tan honorable como él merecía alcanzar. |
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