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Sobre el puente que cruzaba el canal había en aquel momento tres personas que estaban ansiosas de presentarse al farol, suponiendo que éste podía conceder su oficio en herencia a quien él quisiera. La primera era una cabeza de arenque, que podía emitir luz en la oscuridad; sostenía que si la colocaran a ella en reemplazo del farol la comuna se ahorraría mucho aceite. La número dos era un trozo de madera podrida, que también despedía cierta fosforescencia en la oscuridad; se consideraba descendiente de un viejo tronco, en un tiempo orgullo de la selva. El tercero era un bicho de luz; cómo había hallado su camino era cosa que no podía imaginar la lámpara, pero allí estaba, y lo cierto era que podía dar luz tanto como los otros dos postulantes. Pero la madera podrida y la cabeza de arenque declaraban solemnemente que la luciérnaga sólo podía alumbrar en ciertos momentos determinados, y por tanto no podía compararse con ellas. El farol les aseguró que ninguno de ellos tenía luz suficiente para reemplazarlo, pero ellos no aceptaron razones. Y al enterarse de que el viejo farol no tenía facultades para designar sucesor dijeron que se alegraban de saberlo, pues estaba demasiado viejo y gastado para poder hacer una elección discreta.

En ese momento llegó una ráfaga de viento doblando la esquina, y penetró por los respiraderos del viejo farol.

-¿Qué es lo que estoy oyendo? -dijo-. ¿De veras te vas mañana? ¿Y esta noche es la última en que estamos juntos? En ese caso te haré un regalo de despedida. Soplaré en tu cerebro para que en el futuro no sólo puedas recordar todo lo visto y oído en el pasado, sino que tu luz sea tan viva que puedas recordar todo lo que se dice o hace en tu presencia.

-¡Oh, ése será en verdad un regalo muy apreciado! -dijo el viejo farol-. Te agradezco de todo corazón. Y sólo espero que no me lleven a la fundición de metales.

-Eso no es probable que ocurra -lo consoló el viento-. También soplaré una memoria especial en ti, para que si recibes otros regalos similares, tu edad proyecta transcurra agradablemente.

 
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de Hans Christian Andersen

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