El farol se estremeció en su armazón de metal, pensando: "Ahora tendré por fin luz en mi interior"
Pero a fin de cuentas lo que le pusieron no fue una vela de cera, sino aceite, como de costumbre. El farol estuvo ardiendo toda la tarde, y empezó a convencerse de que el regalo de las estrellas seguiría siendo toda su vida un tesoro oculto.
Entonces tuvo un sueño, porque para
una persona con sus facultades el soñar no es difícil. Le pareció que los dos viejos habían muerto, y que él estaba en la fundición, donde lo llevaran para reducirlo. Experimentaba tanta ansiedad como el día aquel en que fue citado para comparecer ante el alcalde y el concejo. Pero, aunque también tenía la facultad de convertirse en un montón de herrumbre cuando lo quisiera, no hizo uso de ese don. Lo echaron, pues, en el crisol, y lo transformaron en un elegante candelero de hierro destinado a sostener una vela de cera. El candelero tenía la forma de un ángel con un ramo de flores, en el centro del cual estaba el hueco para colocar la vela. E iba a ser colocado sobre una mesa escritorio verde, en una habitación muy agradable, con hermosos cuadros y muchos libros en los estantes de las paredes.
El que vivía en aquella
habitación era un poeta, un intelectual. Y todo cuanto pensaba o escribía era proyectado alrededor de él. La Naturaleza se le mostraba a veces en oscuras selvas; otras en risueñas praderas donde se pavoneaban las cigüeñas, o en la cubierta de un barco que navegaba por un mar espumoso, o por la noche en las chispeantes estrellas.