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Aquella era, pues, su última noche en la calle, y mañana estaría en la Municipalidad, perspectivas ambas no poco sombrías. Era explicable que su luz no fuera esa noche muy brillante. Por su mente pasaban también otros pensamientos: cuántos transeúntes había alumbrado en su camino, cuántas cosas había presenciado, tantas al menos como el alcalde y los concejales juntos. Ninguna de esas ideas, sin embargo, se expresaban en voz alta; el farol era correcto y honorable, y jamás habría hecho voluntariamente mal a nadie, y mucho menos, a las personas investidas de autoridad. Al repasar tantos recuerdos la luz adquiría súbitamente mayor intensidad.

En esos momentos, el farol tenía la convicción de que no sería olvidado por completo.

"Una vez fue un joven apuesto -pensó-. Sí, hace mucho tiempo, pero recuerdo que tenía en la mano una esquela, escrita en papel rosa con orla dorada. La letra era elegante, de mujer sin duda. Dos veces leyó el joven la carta; luego la besó, levantó la vista hacia mí y dijo: "Soy el más feliz de los hombres". Sólo él y yo sabemos lo qué decía aquella primera carta de amor. ¡Ah, sí!, ahora recuerdo otro par de ojos. Es extraordinario cómo mis pensamientos van de un recuerdo a otro. Por la calle acababa de pasar un entierro: el de una mujer joven y hermosa, que iba en su ataúd rodeada de guirnaldas de flores y flanqueada por antorchas que hacían palidecer mi propia luz. La gente se apiñaba en las aceras, ante las casas, pronta a agregarse al cortejo. Pero cuando las antorchas pasaron y yo pude mirar alrededor, vi a una sola persona, reclinada contra mi poste, llorando. Nunca olvidaré qué tristes eran sus ojos cuando me miraron".

Estas y semejantes reflexiones ocupaban la mente del viejo farol, en aquella su última noche en la calle. El centinela, al ser relevado de su puesto, sabe al menos quién ha de sucederle, y puede susurrarle unas palabras. Pero el farol ignoraba todo respecto a su reemplazante; de lo contrario le habría dado algunos consejos acerca de la lluvia, y la niebla, y le habría informado hasta dónde llegaban los rayos de luna sobre la acera, y de qué lado soplaba generalmente el viento, y otras muchas cosas.

 
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de Hans Christian Andersen

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