-¿Qué es eso?
-exclamó la cabeza de arenque-. ¿No fue la caída de una estrella? Y me parece que ha venido a entrar en el farol. En realidad, si personajes de tanta categoría se dedican a la profesión, lo mejor será decir "buenas noches" y retirarse a casa.
Y así lo hizo, junto con los otros postulantes, mientras el viejo farol iluminaba sus alrededores con una intensa luz.
-Ese si que es un espléndido regalo
-dijo el farol-. Las estrellas siempre han sido una delicia para mí; siempre han brillado más que todo cuanto yo he podido reuniendo mis mejores esfuerzos. Y ahora acaban de reparar en mí, el pobre farol viejo, y me envían ese don que me capacitará para ver todos mis recuerdos con tanta claridad como si las cosas estuvieran aún ocurriendo, y también para que me vean todos los que me aman. Y en esto último reside el mayor mérito del regalo, pues una alegría que no puede ser compartida es alegría a medias.
-Un sentimiento que te honra -dijo el viento-. Pero para ello se necesitarán velas de cera. Si no las hay en tu interior, tus peculiares facultades no beneficiarán a otros en lo más mínimo. Las estrellas no han pensado en eso; sin duda suponen que tú y todas las otras luces provienen de velas de cera. Pero tengo que irme.
Y se echó a descansar.
-¡Velas de cera, velas de cera! -dijo el viejo farol-. Yo nunca las he tenido en mi interior, ni es probable que las tenga jamás. ¡Si sólo supiera que no van enviarme a la fundición!
Al día siguiente..., bueno, tal vez
sea mejor pasar por alto el día siguiente. Llegó la noche. El viejo farol estaba descansando sobre un sillón de brazos en casa del sereno, haciendo conjeturas sobre el porvenir. El viejo sereno había solicitado como una especial concesión merecida por sus largos y fieles servicios, que se le permitiera conservar en su poder el farol que él mismo había colgado y encendido por primera vez el día en que asumió sus obligaciones, veinticuatro años antes. Agregó que consideraba al farol como a un hijo, su único hijo; y la gracia le fue concedida. Y allí estaba el farol, en el amplio sillón de brazos, junto a la chimenea. Parecía como si fuera más grande, como si llenara el asiento del sillón.