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Estaba esto demasiado por encima de la farsa que había querido el azar estropearle, para que Arsenio, aferrado a ella, se obstinase en esquivarlo. Primero resistió la contemplación de la infeliz humillada amante que no pedía más que en nombre de dos criaturas infelices; y al fin, la levantó por un brazo y la condujo a un extremo del sofá, sentándose él en la butaca, muy cerca:

-Óyeme, Mavi. Haces mal pensando que no pienso en nuestros hijos... pensando que no sufro... Cúlpame, pero escúchame con tranquilidad. Esto, debía llegar alguna vez... ¡No, digo -dulcificó al notar la extrañeza de ella, que procuraba serenarse-, que desde hace algún tiempo, contra mis propósitos, contra mi voluntad..., era fatal, necesario, irremediable! Atiende -excitó aún, por sostenerla siquiera en una seca atención, donde había vuelto a evaporarse la esperanza-. Me has oído..., te he hablado muchas veces de la estrechez en que vivo..., de apuros pecuniarios... y hasta de tu trabajo como auxilio indispensable. Tú le has dado a mi deseo torcidas interpretaciones...; y es, Mavi, que ignorabas, que no querías comprender lo que me cuesta sostenerme. Negocios infortunados; las rentas cada día más bajas de mis pocas fincas, éstas en manos de acreedores y yo al borde del abismo. Hoy, gracias a un sueldo, voy tirando; pero es un destino político; y su falta, así, de la noche a la mañana, como llegan estas cosas, sería mi ruina... sencillamente. ¡He ahí la razón de mi boda! ¡Mi novia es... rica!

-¡Ah!

-¡Significaría, cualquier otra solución, la miseria mía unida a tu miseria!

-¡Significaría -corrigió ella-, mi trabajo unido a tu trabajo!

¿No has querido tú que me meta a institutriz?

Pero Arsenio desdeñó:

-¡Mi trabajo! ¡No podemos discutir!... ¡Pretenderás que en la misma casa fuese yo el lacayo o el cochero!... ¿Ves? ¡No, no, Mavi; no podemos discutir!

-No, no podemos, Arsenio; evidente. Limítome, pues, a escuchar: estábamos en que tú estás totalmente arruinado, de improviso; en que no te consentirá tu rango, cuando pierdas tu destino, la «vileza del trabajo», y en que a fin de sostenerte dignamente... te casas por el dinero.

-Y no dudes que es verdad.

-¡Si no lo dudo!...

Tragó él la aquiescencia de su bajeza confesada -confesada por torpe, pues sólo había querido hacer constar que no había en su conducta amorosa ingratitud, y se conformó diciendo con agresiva indiferencia:

-Quedábamos, Mavi, también, en que, aun siendo lamentable, tú tienes que trabajar... en que tú puedes trabajar... si quieres proseguir tu vida con decoro.

-Ya... no con tanto como si no te hubiese conocido. Pero, sigue.

-¿Qué sabe nadie en Madrid? ¡Una viuda... con dos niños! y como por suerte eres discreta, lista, capaz de desenvolver cualquier pequeño negocio; y como no sería justo que os entregase yo a la lucha de la vida sin recursos..., sin algo para que instalases una tienda de sombreros..., de bordados... (suponiendo que no pudiese lograrte un estanco en buen sitio... ¡hay tanta recomendación y tantas igual)..., ¿te haces cargo?...; pues digo que con tal objeto, y a pesar de que en mi situación me es muy difícil desprenderme de ninguna cantidad..., te entregaré mil duros.

Mavi, pálida, pálida como estaba, sin comentar nada ni con la más ligera inmutación de su semblante, dejó caer sobre la mano la cabeza, en una fría desolación que Arsenio tomó por desencanto ante la oferta exigua. Entonces, él, se sinceró:

-No es mucho, Mavi, ciertamente..., para lo que desearía, tratándose de vosotros, si bien no es una suma despreciable. Tal vez con un esfuerzo, buscándolos, lograría llegar a los mil quinientos duros... Ten en cuenta que mi posición...

Ella se levantó con absoluta frialdad.

-Gracias, Arsenio -dijo-. Una tienda, un estanco, mucho que tú nos dieses, y yo podría ser «una viuda con dos niños»...; pero los niños... serían dos hijos sin nombre, que es peor que... sin padre. Guarda tu dinero.

Y sin mirarle, giró y salió lenta y vacilante como un fantasma del destino.

-¡Mavi! -la llamó él, sintiendo también el frío solemne de lo que comprendió que era una eterna despedida.

Pero Mavi no volvió; y Arsenio, perplejo un punto, marcó por fin un gesto de desdén heroico..., tomó su sombrero y su bastón, y se encaminó a la escalera

 

 
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