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Bebió Gerardo burdeos, y se complació en abandonar a su propia iniciativa al necio que, pretendiendo dirigirle, volvía torpe a, la comedia de «Peláez» y «del tranvía»... Y pronto, en un nuevo silencio, volvió Mavi a preguntar:

-¿Habló usted ya con la Aragón?

-Ayer mañana.

¿Qué dice?

¡Oh, señora!

¿Confiesa el crimen?

Lo ha confesado siempre. Es un hecho vulgar. No tratándose del hijo del marqués de Lima, hubiesen cumplido con tres líneas los periódicos. La defensa está en el móvil.

-Dicen que no ha querido defenderla Ruiz Gamero.

-¡Una eminencia! Estas cosas no producen más que fama: son para pelagatos. Y ahora, para ninguno; hay afán de que la ahorquen... hay miedo de disgustar al marqués. A mí mismo me está causando molestias con mi padre.

-Pero, tú -apuntó Arsenio- por llevar la contra...

-Di mejor... por caridad.

-¿Tú?

-O por justicia.

-¡¡Tú!!

-¡O por lo que gustes! -concluyó Gerardo desabrido-. ¡Un sport como cualquiera!

Insensiblemente, de uno a otro la animosidad se iba tendiendo.

-Sí, un sport, ¡y... algo caro! -contestó el barón, apenas ocultando su reproche en acentos paternales-. Por eso, tal vez, andas siempre trasladado a las Quimbambas.

-Me es igual, querido jefe. ¡Para lo que en las Embajadas hago yo!

Mavi preguntó aún, en otra pausa:

-¿Y cómo explica esa mujer el crimen?

Era una insistencia, una obsesión, y no pudo Arsenio menos de saltar:

-¡Caramba! ¿Te preocupa?

-Lo más sencillo, señora -la complació Gerardo-. Una desdichada. Estaba de doncella en casa del marqués..., y el hijo de éste, Carlos, mi amigo Carlos..., ni mejor ni peor que los demás (tengo la idea de que todos somos no más que regulares), le...

-Entonces ¿por qué la defiendes? - increpó Arsenio.

-No pudieras entenderlo: llámame genio... Ya te he dicho que un sport... Y Carlos, mi buen amigo, señora, logró pacientemente enamorarla, y le juró, y le prometió...

-¿Casarse?

-Como todos. Se promete a la menor dificultad. Conserva cartas que pueden servirla en la prueba.

Mavi, sin duda, seguía en su ingenuo corazón no se supiese cuál proceso de semejanzas entre el caso de esta Eugenia y el suyo.

-¿Y no las usó reclamándole...?

-¿Su honor? -anticipóse Gerardo, que la adivinaba-. Inútil, señora: los tribunales no hacen caso de pagarés de... honra de mujeres. Menos mal que puedan salvarla la vida.

-¿Y le mató...?

-Vivieron juntos... tenían un hijo... Se cansó Carlos, la dejó... y le mató ella, en plena calle, con revólver...

-¡Oh!

-Premeditación, nocturnidad, alevosía... ¡Figúrese! ¡Asesinato con todas las agravantes!

Mudo, inquieto durante este diálogo, que en abuso de la falsa situación que habíase impuesto él mismo, Gerardo y Mavi cruzábanle por las narices, Arsenio quiso cortarlo:

-Bien, bien; oye, tú..., ¿y el modelo? ¿No has visto el modelo de Crocklan?

Gerardo, con su pasmosa y flexible indiferencia, dispúsose a seguirle en la comedia...; pero entró Manuel con el tercer plato y con la carta, y fue Arsenio el que la tuvo que jugar.

-¡Del ministerio! -había exclamado el barón rompiendo el sobre.

Leyó la carta, la arrojó sobre el mantel, junto a Mavi, y púsose de pie, con ira.

-¡Así! ¡El ministro! ¡Que vaya!... Ahora, pues... ¡me váis a dispensar!

Se dirigió hacia la percha.

Mavi, sorprendidísima, se levantó.

-Pero... ¿te vas?... ¿Nos vamos?

-¡No, tú no! ¡Imposible!... ¡Mira! ¡Y el embajador inglés, nada menos!... ¡Un telegrama cifrado!... ¡Se esperaba!... ¡No puedo llevarte a casa! ¡No!... ¡Además he de seguir hablando con mi amigo!... ¡Un momento! ¡Un momento! ¡Seguid vosotros!

-Pero... -insistió Mavi alarmadísima, acercándosele...

Y Arsenio, ganando los segundos, por no darla lugar ni a darse cuenta de «cómo su azoramiento de premuras la abandonaba con un hombre en un galante restorán», mal acabó de ponerse su gabán de pieles, calóse la chistera y escapó:

-¡Vuelvo! ¡Es aquí, a la Presidencia!

 

 

 
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