Mucho más severo, Arsenio protestó:
-Oye, Gerardo... ¿es que tú te crees que Felisa pueda acompañar a Josefina en estos lances?
Y entre burlón y severo también, Gerardo recogió:
-Oye, Arsenio... ¿es que tú te crees que yo creo que mi hermana... ¡Mi transigencia no llegaría a tanto..., ¡quizás! Pero, en fin, como yo no mando en ella, a los paseos la acompaña, y al Real..., y aquí, la ha acompañado. Y puesto que te pones serio, si quieres hablar en serio... escúchame.
-Tú dirás.
Gerardo entrevió, a la espalda de su amigo, por el bajo de la colgadura del pasillo, los zapatos y el vuelo de la clara falda de Cecilia.
-¡Tú dirás! -insistió el noble barón de Casa-Pola.
-Pues, digo... que tú no debes casarte con mi hermana.
-Explícate.
-No hay más explicación. Como hombre... como caballero... como buen cristiano... no debes, no puedes, sin cometer con Mavi una indignidad... Y una cobardía...
-¡Gerardo! -rugió el barón, medio levantándose.
Pero Gerardo añadió con un rigor de aplomo que estaba fuera de sus hábitos:
-... Sin dejar de ser cristiano, caballero y hasta hombre, de un golpe.
-¡¡Gerardo!! Yo no te puedo aceptar en ese tono...
-Bien, sí...; tu valor, tu dignidad..., que manejas las armas diestramente... todo eso ¡ya lo sé! Pero todo eso en nada evitaría que tú y tus espadas y tus caballerescos padrinos... os hubieseis congregado con... retetemuchísimo honor..., a defender una indecencia. Antes y después del duelo, tu deber es uno: casarte con la mujer a quien deshonraste con engaños.
Había vuelto a sentarse Arsenio, y despreció:
-¡Vamos! ¡Te da por lo sentimental! Desde que defiendes esas cosas de la Audiencia, estás hecho, hijo, un cursi imposible.
-¡Mira! -respondió Gerardo únicamente, poniéndole delante otro retrato que tomó de la etagére-. ¡Tus hijos!
Arsenio le apartó la mano y el retrato, desdeñoso:
-Son puntos de vista distintos. No podemos entendernos.
-¡Lo creo! -afirmó esta vez Gerardo, persuadido.
Y levantándose, al dejar la fotografía en el mueble, tarareó y se puso a pasear. En este instante entró Cecilia, repentina:
-¡Gracias, don Gerardo!...
-¡Muchacha!
-Sí, sí -corrió ella hasta el barón-. ¿No ve usted, señor? ¡Por esos niños..., por esos hijitos..., por la pobrecita señora..., sea usted bueno y tenga compasión!...
Habíase arrodillado, diciendo esto, y Arsenio, estupefacto, erguido entre la humillada infeliz y la butaca, le ordeno:
-¡Largo de aquí! ¿Quién te manda a ti mezclarte... ¡Largo, largo!
Con el pie la rechazaba.
Cecilia salió dolorosa y lentamente.
Arsenio sonreía. Era su sonrisa de cinismo. Volvió a semitenderse displicente en el sofá, y susurraba:
-¡Oh, estas zafiotas del pueblo! Mira que son bestias, ¿verdad?
En seguida siguió tarareando, y golpeábase con el bastón una bota.
-¿Estábais compinchados? -preguntó Arsenio con dura ironía real, porque lo pensó.
-Mavi y yo... y ésta. Sí, chico. Ver cómo te caso con Mavi... y luego... ¡entendernos... yo y tu Mavi! ¿Comprendes?... ¿A qué menos la había de obligar su gratitud?
No pudo dejar de notar Arsenio la acerbidad del reproche. Sin embargo, sus desconfianzas, tomando otro camino, le hicieron acercarse -pues era él quien habíase ahora alejado, paseando sus sorpresas.
-¿Por qué hoy me hablas así?... Ya la otra noche quisiste abordar el mismo tema. ¡Qué cambio tan asombroso en tu carácter, en tu... ¡No te reconocería!... ¿Acaso te ha dicho tu hermana...
-No, chico, no... -repuso el cínico con una leve carcajada-. ¡Si es que bromeo! ¿Tengo cara yo de... recadista? Todo lo tomo igual. Además, como abogado, tiene uno que «hacerse» a los arranques teatrales. Ya me has oído en la Audiencia. Es que eso lo dije ayer. Tú no fuiste; Mavi, sí... ¡Pura guasa! Se me ha metido en la frente armar contigo alguna vez un lance de honor en cómico..., con las pistolas torcidas, de las que apuntan a los padrinos..., o con esas otras de cuerda y corcho para las moscas... Un lance digno de nosotros, que entendemos así la vida y la eternidad, y estas músicas de... promesas y deberes, y mujeres y chiquillos...
-Mi deber -dijo, Arsenio, deteniendo nuevamente su paseo-, lo sé de sobra. Nunca he pensado dejar de hacer, con esa mujer y esos niños, lo que debo; pero, de otro modo.
-Sí, más... rápido; a ella, lo acordado: endosármela...; a ellos, buscarles una recomendación para el Hospicio.
-Pues si tan mal ves el endoso..., si fue tan singular tu impresión aquella noche, hasta el punto de darte lástima de ella..., poco se compagina todo con tu presencia aquí, esperándolo. ¿Por qué has vuelto a buscarla?
-Psé... ¡mira tú!.. cosas de... canalla. Sentimentalismos de pólvora... ¡fuú!..., ¡nada, se van! ¿No has visto nunca a esos golfos que lloran y se conmueven al ver llorar a una dama que ha perdido a su hijo entre la gente..., y que la ayudan a buscar con alma y vida... sin perjuicio de quitarlas, al despedirse, el reloj?... ¡Algo por el estilo!... o tal vez me ilusioné, me enamoré un poco..., como nos enamoramos los golfos que no sabemos tratar más que a cierta clase de mujeres..., y menos hábil que tú, he vuelto y me da ahora vergüenza y rabia no saber cómo decírselo. En dos semanas, no he sido capaz de hablarla de esto ni una vez... ¡Si hubieras sido tú! Porque tú, Arsenio, eres un canalla..., pero más fino, más atento... Un canalla muchísimo mejor educado, ¿verdad?
Arsenio se crispó.
-Gerardo... ¡Vamos a acabar de mal modo!
-Como dos cocheros. ¡Si te lo advertí! ¡Si tu sistema en el final se parece al mío completamente!
Dominándose, refugiándose en desprecio, Arsenio le volvió la espalda. Su nuevo paseo, no obstante, quedó cortado por un rumor lejano, que advertía la llegada de Mavi, en lo profundo del tocador y de la alcoba.
-¡Ella! -le avisó a Gerardo señalándole el despacho-. ¡Entra ahí!
Gerardo se puso súbito de pie, por un instinto de respeto.
-¡No, me marcho! -dijo-. ¡Si tú eres capaz de encanallarla... yo la buscaré algún día... a lo golfo!... ¡O a ti... para escupirte
y darte, si es que me encuentras de humor, dos bofetadas!
-¡Oh! -rugió Arsenio lanzándose a él; y no pudiendo alcanzarlo en su ímpetu, porque Gerardo ya se le alejaba en el pasillo, le advirtió terrible-: ¡Nos veremos!
Y volvióse.
Mavi acababa de aparecer en la otra puerta.