Cuando abrió la puerta y lo vio allí parado, se
sintió más complacida que ninguna otra vez y él
también al seguirla al estudio, parecía muy, muy feliz de haber
venido.
-¿No estabas trabajando?
-No. Estaba por tomar el té.
-¿Y no estás esperando a nadie?
-No, a nadie.
-Ah, muy bien.
Puso a un lado su abrigo y su sombrero con suavidad, con
lentitud, como si tuviera tiempo de sobra para todo, o como si se despidiera de
ellos para siempre, y se acercó a la chimenea y extendió sus manos
ante las llamas rápidas y saltarinas.
Por un instante ambos quedaron en silencio en aquella luz
movediza. Sin embargo, como fuera, gustaron en sus labios sonrientes la dulce
sorpresa de su encuentro. Sus espíritus secretos susurraban:
-¿Para qué hablar? ¿No basta con esto?
-Es más que suficiente. Nunca comprendí hasta
este instante...