El pueblito de Hamelin está en Brunswick, cerca de la
famosa ciudad de Hanover, y el profundo y anchuroso Weser baña su flanco
sur. Jamás se vio un lugar tan placentero pero, para la época en
que comienza nuestra historia -hace casi cinco siglos-, los pobladores
soportaban una horrible peste.
¡Ratas! Desafiaban a los perros y mataban a los gatos;
mordían a los bebitos en sus cunas; se comían los quesos de los
moldes y sorbían la sopa del mismísimo cucharón del
cocinero; abrían los toneles de sardinas en salmuera, anidaban en los
sombreros de paseo de los hombres y hasta estropeaban las charlas de las
mujeres, ahogando las voces con chillidos estridentes que cubrían una
gama de cincuenta sostenidos y bemoles.
Finalmente la gente acudió en manifestación a la
alcaldía.
-Es evidente que nuestro alcalde es un papanatas -gritaban-.
Para no hablar de la Corporación. ¡Pensar que gastamos en trajes de
armiño para unos bobos que no son capaces de librarnos de esta peste!
¿Acaso esperan ampararse en sus pieles de magistrados, sólo porque
son viejos y gordos? De pie, señores. Exprímanse los cerebros para
encontrar una solución, o no les quepa duda de que los vamos a echar.
Al oír esto el alcalde y la Corporación se
pusieron a temblar, muy preocupados.