Estuvieron reunidos en consejo durante una hora y por fin el
alcalde rompió el silencio.
-Remato mi investidura al mejor postor. Querría estar
bien lejos de aquí. Es fácil pedir que uno se exprima el cerebro.
Ya me duele la cabeza de tanto rascarla. Y nada. ¡Si se nos ocurriera
alguna buena trampa!
Mientras decía esto tocaron suavemente a la puerta del
recinto
-¡Santo cielo! -exclamó el alcalde-.
¿Qué es eso?
(Allí sentado con la Corporación parecía
pequeño pero asombrosamente gordo. Su mirada no era más
lúcida ni más húmeda que la de una ostra muerta, aunque hay
que admitir que cobraba un poco de vida al mediodía, cuando la panza
clamaba por un guiso de tortuga verde y gelatinosa.)
-¿Alguien se está sacudiendo los pies en el
felpudo? -preguntó, y agregó-: Cualquier ruidito que me recuerde
el de las ratas y el corazón me da un vuelco.
-¡Adelante! -gritó finalmente el alcalde, y
pareció que había crecido.