I
El tibio sol de diciembre penetra tímidamente en la
vasta sala, del molino del castillo, iluminando, una colección de raros
instrumentos que hay esparcidos sobre una, mesa, situada junto a la ventana, y
retira luego sus últimos rayos, desapareciendo tras el cendal de
cándidas nubes que lentamente van velando el horizonte,.
Los objetos raros que los últimos rayos del sol hicieron
brillar, eran instrumentos quirúrgicos que con sus reflejos acerados y
sus aguzados filos ponían espanto en el corazón y hacían
sentir escalofríos a, quien los miraba.
En un ángulo de la, sala estaba colocado, un gran lecho
en cuyos tableros se veían, groseramente pintados, ramos de flores y de
violetas; lo habían puesto frente a la ventana para que recibiese toda
la, luz que podía dar aquel día de invierno.
El molinero yacía, sobre mullido colchón,
cubierto con edredonesi de variados y vivos colores. La mano experta, del
cirujano acababa, de librarle de un tumor en la garganta, que ya, en otras
ocasiones le había puesto en peligro de muerte por asfixia.
La operación había sido ardua, y peligrosa, pero
el joven operador, que poco antes dejara sus instrumentos sobre la, mesa, los
limpiaba ahora, cuidadosamente y poníalos en sus estuches, sin hacer el
más ligero ruido, y su aspecto denunciaba, la, satisfacción que
experimentaba, por el buen resultado de la delicada cura que había,
hecho.
El enfermo, a pesar de la, acción del cloroformo,
había, sufrido atroces dolores mientras le operaban, y, cuando se hubo
recobrado, trató de bandido y asesino al que acababa, de salvarle la,
vida,; mas ahora, descansaba, tranquilamente, extenuado, con la cabeza,
reclinaba, en las blandas almohadas.
El médico lo había prohibido terminantemente que
hablase, pero la, prohibición era, superflua, pues el rostro del enfermo
reflejaba, la, más, espontánea, taciturnidad ; su extrema, palidez
hacía contraste mareadísimo con la hermosura de su cabeza cubierta
de argentados cabellos.
- ¿Estás satisfecho, Bruck ?-preguntó, en
voz queda, un caballero al cirujano, acercándose a la, ventana.
Hasta aquel momento el caballero había, permanecido al
pie del lecho, y en su hermoso semblante se notaban aún las huellas de
la, emoción y de las angustias experimentadas a, causa. de la
operación practicada al paciente.
El médico asintió con un movimiento de
cabeza,.
- Sí, todo va, bien - dijo luego;- la robusta
constitución del enfermo ha ayudado mucho.
Ahora - añadió - sólo hay que esperar los
resultados de la cura y debo retirarme. Unicamente he de recomendar que no
cambie de postura, ni haga el menor movimiento, con objeto de impedir que la
sangre afluya a la garganta,. Esto es importantísimo. Así lo
diré a quien le cuida.
- También yo velaré - le interrumpió
vivamente el otro.- Permaneceré aquí mientras sea necesaria esta,
penosa vigilancia. Te ruego, pues, que al pasar por la, quinta,, les prevengas
que no deben esperarme para tomar el té.