I
Viadarma, el bégari, iba delante a pie, descalzo,
sencillamente vestido con el duti tradicional de los indios pobres, una
especie de faja de lana que les ciñe las caderas y cae hasta las rodillas. El
viajero, europeo al parecer, embutido en un traje de lienzo gris, le seguía en
el coche.
Dos advertencias de poca monta para nuestra historia,
explicarán cómo podían caminar emparejados con tan diversos medios de
locomoción. El camino era pésimo, y del coche, al que deberíamos dar más bien su
verdadero nombre de carreta tiraban, no dos caballos (que no los había
encontrado el viajero en Sciolapur), sino dos blancos cebúes, especie de bueyes
de colgantes gibas y retorcidos cuernos.
También el viajero caminaba mucho a pie; pero el calor era
sofocante aquel día y el toldo de palmas que cobijaba el vehículo, había
ejercido sobre él dulce atracción, invitándole a descansar bajo su sombra
hospitalaria y junto a sus armas y maletas que reposaban en el fondo.
«Reposaban» es una metáfora porque en realidad saltaban a cada instante, según
fuesen más o menos violentas las sacudidas de la carreta entre las piedras y los
baches del camino.
Mal camino, pésimo más bien, como he dicho, era el de Sciolapur
a Secanderabad, primera población importante de los prósperos estados del Nizam,
una vez cruzada la frontera por el pueblo de Aland y hechas, en tres días, las
debidas paradas en Kalburga y Malcaira para el relevo del tiro. En cambio en él
no había temor a malos encuentros, puesto que además de ser frecuentado por los
coches correos del gobierno inglés, guardián y protector del Nizam, se hallaba
continuamente vigilado por los cánsama agregados a las casas de postas, o
por los bégari, guías que las autoridades populares proporcionaban a los
que deseaban cruzar los bosques, especialmente a los europeos.
De otra parte, nuestro viajero no era pusilánime. Estaba
avezado al peligro y más bien que audaz podríamos llamarle temerario. Gustaba de
la vida y de su necesario campo de acción, que es este mísero globo, pero con la
condición de emplear la primera en recorrer el segundo. «No moverse, sufrir;
digerir mal, quizás». Así alteraba y con poco respeto, en verdad, hacia
Guillermo Shakespeare, la profunda observación de Hamlet. Por lo que nos será
fácil deducir que nuestro viajero no era inglés, no obstante haberse endosado el
traje de lienzo gris y llevar el casco de fieltro, con la copa horadada y
rodeada de un velo blanco que simulaba un turbante.