La dama miró al viajero, pero no sabría deciros si advirtió
todas las incorrecciones que éste creía descubrir en su persona. Contestó con
una ligera inclinación a su saludo y se dirigió a la escalinata. Cuando Su
Gracia llegó adonde le esperaba su mísera carreta y se volvió para mirar a la
rubia ésta se hallaba ya en el vestíbulo, y el viajero no tuvo otro consuelo que
el de ver por última vez la falda gris, como todo su traje, de la señorita de
compañía.
-¡Vamos al bungalow! -gritó con un gesto de desdén
mientras se acomodaba bajo el arco del toldo, que no era, en verdad, un arco de
triunfo, aunque estuviese hecho con palmas.
-Sahib -le dijo humildemente el conductor en el dialecto
indostánico que el viajero hablaba bastante bien; -¿nó estás muy satisfecho de
tu visita?
-Las oficinas de la Residencia están cerradas tengo que
aguardar hasta mañana -respondió el Sahib explicando así su mal humor.-
Vamos, date prisa.
Viadarma que estaba sentado en la lanza, asiento en verdad un
tanto estrecho e incómodo, pero en el que se encontraba tan seguro y tan
tranquilo como un almirante en el puente de su buque, se aferró a las colas que
ya sabéis, y las retorció ligeramente, siendo comprendido en el acto. La carreta
describió un semicírculo en la explanada y se alejó con estrépito por el camino
que recorriera a la ida. Media hora después se detenía ante el bungalow,
y el viajero entraba en la habitación que lo habían destinado y a la que hizo
trasladar su equipaje y sus escopetas.
Mientras se quita el polvo y se lavotea las manos y la cara
diremos en dos palabras lo que es un bungalow. Recibe este nombre en la
India toda casa europea edificada de una manera adecuada al clima tropical del
país. Pero los viajeros llaman así principalmente, abreviando el nombre de
dak-bungalow, a las casas de postas, que hacen al mismo tiempo las veces
de hoteles. En estas casas, construidas en todas las paradas de las principales
carreteras de la India se alojan los viajeros europeos. Cada una de ellas consta
de dos compartimentos compuestos de una alcoba, un gabinete y un cuarto de baño.
El mobiliario es sencillísimo. Un kánsama o criado de la casa dispone y
condimenta lo poco que el viajero haya de comer. El alojamiento, no la comida,
cuesta tan sólo una rupia diaria (medio escudo); pero es preciso abandonarlo a
las veinticuatro horas si llega otro forastero. Por lo que se ve, no se parecen
en nada a nuestros moteles de Europa en los que puede uno permanecer mucho
tiempo, pero en los que no está permitido gastar poco. Hay otra diferencia entre
nuestros hoteles y los dak-bungalow: en aquéllos debe uno ajustar cuentas
con media docena de personas que tienen o creen tener derecho a recibir
propinas; en éstos no se corre otro peligro que el de encontrarse con un boa
constrictor aletargado en un rincón, o con una pantera escondida debajo de
la cama. Pero, apresurémonos a decir, para que no padezca la buena fama de los
bungalow, que estos desagradables encuentros no son frecuentes.