Supongo que ustedes han oído hablar de la niña que pasó sobre un pan por no ensuciarse los zapatos, y de todas las desdichas que le ocurrieron como consecuencia. Sea como fuere, lo cierto es que esa historia ha sido escrita, e impresa también.
Era una pobre niña, de natural
orgulloso y arrogante, y de mala disposición desde su tierna edad. Cuando era muy pequeña; su mayor diversión consistía en cazar moscas para arrancarles las alas y convertirlas en insectos que se arrastraran por el suelo. Más tarde cazaba escarabajos y otros coleópteros a los que atravesaba con un alfiler y les acercaba una hoja o un trozo de papel hasta el alcance de sus patas, por el sólo placer de verlos agitarse en su afán de librarse del hierro que los perforaba.
-El escarabajo está leyendo ahora -decía la pequeña Inger-. ¡Miren cómo quiere dar vuelta la página!
A medida que se hacía mayorcita, su carácter fue empeorando más todavía. Pero era muy linda, lo cual indudablemente fue su desgracia, pues de lo contrario habría recibido más de una paliza que nadie le dio nunca.
-Se necesitará un golpe muy fuerte para inclinar esa cabeza -comentó un día su madre-. Siendo niña has pisoteado muchas veces mi delantal; temo que cuando seas grande pisotees también mi corazón.
Y eso fue precisamente lo que hizo la pequeña Inger, en venganza.
Cierta vez la enviaron al campo, a
trabajar en casa de una familia adinerada. Se trataba de buenas gentes que la recibieron como si fuera su propia hija, y la vistieron en la misma condición que ellos. La niña se fue haciendo cada día más y más bonita, pero su orgullo iba creciendo también.