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Poco después entró en acción la artillería, situada en las murallas de la ciudad. Los soldados se apostaron en las casas contiguas a la del príncipe ha impedir la huida de sus hombres. El susodicho príncipe, que había corrido los mismos peligros que los dos hombres cuya muerte hemos relatado, dijo a los que le rodeaban que resistieran hasta que vieran un escrito de su mano acompañado de cierta señal; después de lo cual se rindió al ya nombrado Anselmo Suardo. Y como no pudieron conducirle en carroza, como estaba prescrito, por causa de la gran muchedumbre y de las barricadas levantadas en las calles, se resolvió que fuera a pie.

Iba en medio de los hombres de Marcelo Accoramboni a su lado, los señores condottieri, el teniente Suardo, otros capitanes y nobles de la ciudad, todos muy bien armados. Seguía una buena compañía de hombres de armas y de soldados de la ciudad. El príncipe Luís iba vestido de color pardo, estilete al costado y la capa levantada bajo el brazo con un aire muy elegante, dijo, con una sonrisa desdeñosa: c ¡ Si hubiera combatido! », como dando a entender que habría vencido. Conducido ante los señores magistrados, los saludó dijo:

-Señores, soy prisionero de este gentilhombre -señalando al signor Anselmo-, y lamento mucho lo ocurrido, que no ha dependido de mí.

Ordenó el capitán que le quitaran el estilete que llevaba al costado y el príncipe se apoyó en un balcón y comenzó a cortarse las uñas con unas tijeritas que encontró allí.

Preguntáronle qué personas había en su cana y nombró entre las demás al coronel Liveroto y al conde Montemelino, del que ya se ha hablado aquí, añadiendo que daría diez mil piastras por rescatar a uno de ellos y que por el otro daría hasta su sangre. Solicitó que le pusieran en un lugar adecuado a un hombre como él. Acordado así, el príncipe escribió de su puño y letra a sus hombres ordenándoles que se rindieran, y entregó como señal su anillo. Dijo al signor Anselmo que le daba su espada y su arcabuz, pidiéndole que, cuando se encontraren sus armas en su casa, se sirviera de ellas por amor a él, como armas que eran de un caballero y no de un vulgar soldado. Los soldados entraron en la casa, la registraron minuciosamente y convocaron a los hombres del príncipe, los cuales resultaron ser treinta y cuatro, después de lo cual fueron conducidos de dos en dos a la prisión del palacio. A lo, muertos los dejaron para cebo de los perros, y la justicia se apresuró a dar cuenta de todo a Venecia.

Se observó que faltaban muchos soldados del príncipe Luis, cómplices del hecho; se prohibió darles asilo, so pena de demoler la casa y comiscar los bienes de los contraventores. Los que los denunciaren recibirían cincuenta piastras. Por estos medios, fueron habidos muchos.

Mandaron de Venecia una fragata a Candia, con una orden dirigida al signor Latino Orsini para que compareciera inmediatamente para un asunto de gran importancia, y se cree que perderá su cargo .

Ayer por la mañana, día de san Esteban, todo el mundo esperaba ver morir al príncipe Luis u oír contar que había sido estrangulado en la prisión, y que así no ocurriera produjo general sorpresa, teniendo en cuenta que no era pájaro para tenerlo mucho tiempo enjaulado. Pero la noche siguiente tuvo lugar el juicio, y el día do san Juan, un poco antes del alba, se supo que el susodicho señor había sido estrangulado y había muerto muy bien dispuesto. Su cadáver fue trasladado sin dilación a la catedral, acompañado por cl clero de la misma y por los padres jesuitas. Quedó expuesto durante todo el día sobre una mesa en el centro de la iglesia para espectáculo del pueblo y espejo de inexpertos.

Cumpliendo lo dispuesto en su testamento, al día siguiente se trasladó a Venecia su cadáver y allí quedó enterrado.

El sábado ahorcaron a dos de sus hombres; cl primero y principal fue Furio Savorgnano; el otro, una persona vil.

El lunes, fue el penúltimo día del susodicho año, ahorcaron a trece, entro los cuales había varios nobles; otros dos, uno de ellos llamado el capitán Splendiano y el otro el conde Paganello, fueron conducidos a través de la plaza y ligeramente atenazados; una vez en cl lugar del suplicio, los derribaron a golpes, les cortaron la cabeza y descuartizaron estando todavía casi vivos. Estos hombres eran nobles y, antes de dedicarse al mal, fueron muy ticos. Se dice que el conde Paganello fue quien mató a la signora Victoria Accoramboni con la crueldad antes relatada. A esto se objeta que el príncipe Luis, en la carta que hemos citado, declara que fue él mismo quien ejecutó el hecho; quizá lo escribió por vanagloriarse, como cuando hizo asesinar a Vitelli en Roma, o bien para mayor merecimiento del favor del príncipe Virginio Otsini.

El conde Paganello, antes de recibir el golpe mortal, fue atravesado varias veces con un cuchillo debajo del seno izquierdo, para tocarle el corazón, como él hiciera con la pobre señora . Y le salía del pecho como un río de sangre. Así vivió más de media hora, con gran asombro de todos. Era un hombre de cuarenta y cinco años que revelaba mucha fuerza.

Todavía están levantadas las horcas patibularias para despachar a los diecinueve que quedan el primer día que no sea fiesta. Pero como el verdugo está cansadísimo y el pueblo como en agonía por haber visto tantos muertos, se aplaza la ejecución estos dos días. No se cree que dejen a ninguno con vida. Quizá se exceptúe solamente, entre los hombres del príncipe Luis, al signor Filenfi, su mayordomo de casa, el cual se está esforzando muchísimo, y en realidad la cosa es importante para él, por demostrar que no tomó parte alguna en el hecho.

Ni los más viejos de esta ciudad de Padua recuerdan que se haya procedido, jamás, por una sentencia más justa, contra la vida de tantas personas en una sola vez. Y esto, señores (de Venecia) han ganado buena fama y reputación en las naciones más civilizadas.

(Añadido con otra letra:)

Francisco Filenfi, secretario y maestro di casa fue condenado a quince años de prisión. El copero (copiere) Honorio Adami de Fermo y otros dos, a un año de prisión; otros siete fueron condenados a galeras con grilletes en los pies, y, por último, siete fueron puestos en libertad.

 
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