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La actitud del cardenal Montalto no cambió en nada en los días siguientes. Como es costumbre, recibió las visitas de pésame de los cardenales, los prelados y los príncipes romanos. Y con ninguno, cualquiera que fuere su relación con él, se dejó llevar a ninguna palabra de dolor o de lamentación. Con todos, después de un breve razonamiento sobre la inestabilidad de las cosas humanas, confirmada y afianzada con sentencias y textos sacados de las Sagradas Escrituras o de los santos padres, se ponía en seguida a departir sobre las noticias de la ciudad o sobre los asuntos particulares del personaje con quien se encontraba, exactamente como si quisiera consolar a sus consoladores.

Roma esperaba sobre todo con curiosidad lo que pasaría en la visita que tenía que hacerle el príncipe Pablo Giordano Orsini, duque de Bracciano, al que el rumor atribuía la muerte de Félix Peretti . El vulgo pensaba que el cardenal Montalto no podría encontrarse tan cerca del príncipe y hablarle a solas sin dejar trascender algún indicio de sus sentimientos.

Cuando el príncipe llegó a casa del cardenal, había en la calle y junto a la puerta una enorme multitud; gran número de cortesanos llenaban todas las escancias de la casa: tan grande era la curiosidad de observar el rostro de los dos interlocutores. Pero ni en el uno ni en el otro pudo nadie observar nada extraordinario. El cardenal Montalto siguió punto por punto todo lo que prescribían las conveniencias de la corte ; dio a su semblante un tinte de hilaridad muy marcado y dirigió la palabra al príncipe con la mayor afabilidad. Al poco rato, al subir el príncipe Pablo a su carroza, ya solo con sus cortesanos íntimos, no pudo menos de decir riendo: In fatto, é vero che costui é un gran frate! (En efecto, ¡es verdad que este hombre es un gran fraile!), como si quisiera confirmar las palabras dichas por el papa días antes .

Los sagaces han pensado que la conducta del cardenal Montalto en aquella circunstancia le facilitó el camino del trono; pues muchos pensaron que, bien fuera por naturaleza o bien por virtud, no sabía o no quería perjudicar a nadie, por más que tuviera grandes motivos para estar irritado.

Félix Pererti no dejó nada escrito con relación a su mujer en en consecuencia, ésta tuvo que volver a la casa de sus padres. El cardenal Montalto dispuso que se llevara los trajes, las joyas y en general, todo lo que había recibido mientras era la mujer de su sobrino.

A los tres días de la muerte de Félix Peretti, Victoria fue a vivir, acompañada de su madre, en el palacio del príncipe Orsini. Algunos dijeron que las llevó a ese paso el cuidado de su seguridad personal, pues parece ser que la corte las amenazaba como acusadas de «consentimiento» en el homicidio cometido, o al menos de haber tenido conocimiento del mismo antes de la ejecución; otros pensaron (y lo ocurrido después pareció confirmar esta idea) que lo hicieron para que se llevara a efecto la boda, pues el príncipe había prometido a Victoria casarse con ella en cuanto no tuviera marido.

El caso es que ni entonces ni después se ha sabido con certeza quién fue el autor de la muerte de Félix, aunque todos hayan sospechado de todos. Pero la mayoría atribuía esta muerte al príncipe Orsini. Era cosa sabida que había estado enamorado de Victoria, de lo cual había dado pruebas inequívocas; y la boda subsiguiente fue la mayor de todas esas pruebas, pues la mujer era de condición tan inferior, que sólo la tiranía de la pasión pudo elevarla hasta la igualdad matrimonial . Esta opinión del vulgo no cambió por una carta dirigida al gobernador de Roma cuyo contenido se difundió a los pocos días del hecho. Estaba escrita con el nombre de César Palantieri, un joven de carácter fogoso y que había sido desterrado de la ciudad.

En esta carta, Palantieti decía que no era necesario que su señoría ilustrísima se tomara el trabajo de buscar en otro sitio al autor de la muerte de Félix Peretti, porque era él quien le había hecho matar por ciertas diferencias surgidas entre ellos algún tiempo antes.

Muchos pensaron que aquel asesinato no se había realizado sin el consentimiento de la casa Accoramboni; se acusó a los hermanos de Victoria, suponiéndolos seducidos por la ambición de emparentar con un príncipe tan poderoso y rico. Se acusó sobre todo a Marcelo, fundándose en el indicio de la carta que hizo salir de su casa al infortunado Félix. Se criticó a la propia Victoria, al verla ir a vivir al palacio de los Orsini como futura esposa a raíz de la muerte de su marido. Se decía que es poco probable llegaren un momento a manejar las armas pequeñas cuando no se ha hecho uso, aun por poco tiempo, de las armas de largo alcance

La instrucción del asunto fue encomendada por Gregorio XIII a monseñor Portici, gobernador de Roma. En los autos aparece solamente aquel Domenici apodado «el Mancipo», detenido por la corte, confiesa, sin ser sometido a tortura (tormentato), en el segundo interrogatorio, con fecha del 24 de febrero de 1582:

«Que la causa de todo fue la madre de Victoria, y que fue secundada por la cameriera de Bolonia, la cual, inmediatamente después del homicidio, se refugió en la ciudadela de Bracciano (perteneciente al príncipe Orsini y donde la corte no se atrevió a penetrar), y que los ejecutores del crimen fueron Machione de Gubbio y Pablo Barca de Bracciano, lancie spezzate (soldados) de un señor cuyo nombre, por dignas razones, no consta.» A estas dignas razones» se sumaron, creo, los ruegos del cardenal Montalto, el cual solicitó con insistencia que no se llevaran más allá las pesquisas; y, en efecto, no se siguió proceso. El Mancipo salió de la cárcel con el precetto (orden) de volverse, so pena de la vida, directamente a su país y no moverse jamás de él sin un permiso expreso. La liberación de este hombre tuvo lugar en 1583, el día de san Luis, y como ese día era también el del cumpleaños del cardenal Montalto, esta circunstancia me confirma cada vez más en la creencia de que el asunto terminó así a ruego del propio cardenal. Con un gobierno tan débil como el de Gregorio XIII, un proceso de tal especie podía tener consecuencias muy desagradables y sin ninguna compensación.

Así quedaron interrumpidos los movimientos de la corte, pero el papa Gregorio XIII no quiso consentir de ninguna manera en que el príncipe Pablo Orsini duque de Bracciano, casara con la viuda Accoramboni. Su Santidad, después de infligir a ésta una especie de prisión, le impuso el precetto de no contraer matrimonio sin permiso expreso suyo o de sus sucesores.

Muerto Gregorio XIII (a principios de 1585), doctores en derecho, consultados pos el príncipe Pablo Orsini, dictaminaron que el precetto quedaba anulado por la muerte de quien lo había impuesto, y el príncipe decidió casarse con Victoria antes de la elección de un nuevo papa. Pero la boda no pudo realizarse cuando el príncipe deseaba, en parte porque quería tener el consentimiento de los hermanos de Victoria, y ocurrió que Octavio Accoramboni, obispo de Fossombroni, no accedió en modo alguno a otorgar el suyo, y en parte porque no se creía que la elección del sucesor de Gregorio XIII tuviera lugar tan pronto. El caso es que la boda no se celebró hasta el mismo día .°n que fue nombrado papa el cardenal Montalto, tan interesada en el asunto, es decir, el 24 de abril de 1585, bien fuera por casualidad, bien porque el príncipe quisiera demostrar que no temía a la corte bajo el nuevo papa más de lo que la temiera bajo Gregorio XIII.

Esta boda hirió profundamente a Sixto V (pues tal fue el nombre elegido por el cardenal Montalto); había dejado ya las maneras de pensar que convenían a un fraile y había elevado su alma a la altura del grado en que Dios acababa de ponerle.

 
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