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Sin embargo, cl papa no dio señal alguna de enojo, sólo que cuando el príncipe Orsini acudió aquel mismo día, con todos los grandes señores romanos, a besarle el pie, abrigando la secreta intención de leer, si fuese posible, en la cara del santo padre los que podía esperar o temer de aquel hombre tan poco conocido hasta entonces, se dio cuenta de que se habían acabado las bromas. Como el nuevo papa miró al príncipe de manera singular y no contestó una palabra a los cumplimientos de rigor que el príncipe le dirigía, decidióse éste a descubrir sin más tardar las intenciones de su santidad respecto a él.

Por mediación de Fernando, cardenal de Médicis (hermano de su primera esposa), y del embajador católico, pidió y obtuvo que el papa le concediera una audiencia en su cámara ; en esta audiencia dirigió a su santidad un discurso estudiado y, sin hacer mención de las cosas pasadas, se congratuló con el papa de su nueva dignidad y le ofreció como fiel vasallo y servidor todo cuanto tenía y podía.

El papa le escuchó con suma seriedad y al final le contestó

que nadie deseaba canto como él que la vida y los hechos de Pablo Giordano Orsini fuesen en lo futuro dignos de la sangre Orsini y de un verdadero caballero cristiano; que en cuanto a lo que había sido en el pasado para la Santa Sede y para su persona, la del papa, nadie podría decirlo mejor que la conciencia del príncipe mismo; que, sin embargo, éste podía estar seguro de una cosa: que así como le perdonaba lo que había podido hacer contra Félix Peretti y contra Félix, cardenal Montalto, nunca le per donaría lo que en el futuro pudiera hacer contra el papa Sixto ;que en consecuencia, le conminaba a expulsar inmediatamente de su casa y de sus estados a todos los bandidos (desterrados) y malhechores a quienes hasta el presente momento había dado asilo.

Sixto V, cualquiera que fuese el tono en que se dignaba hablar, venía una eficacia extraordinaria; mas, cuando estaba irritado y amenazador, diríase que sus ojos lanzaban rayos . El caso ese que al príncipe Pablo Orsini, acostumbrado desde siempre a que los papas le temieran, la manera de hablar de éste, que se. apartaba radicalmente de lo que el príncipe oyera en el transcurso de trece años, le hizo ir derecho y rápido desde el palacio de su santidad a contar al cardenal de Médicis lo que acababa de ocurrir. Y, por consejo de éste, decidió despedir, sin la menor tardanza, a todos los perseguidos por la justicia a quienes él daba ? asilo en su palacio y en sus estados, y se apresuró a buscar un pretexto decoroso para salir inmediatamente del país sometido al poder de un pontífice tan resuelto. Ha de saberse que el príncipe Pablo Orsini era tan exageradamente obeso, que una pierna suya: era más gruesa que el cuerpo de un hombre corriente, y una de estas enormes piernas adolecía de la enfermedad llamada la lupa(la loba), así definida porque hay que nutrirla aplicando a la par te afectada gran cantidad de carne fresca; si no se hace así, el terrible humor, a falta de carne muerta que devorar, se ceba en la carne viva que le rodea.

El príncipe se acogió al pretexto de este mal para ir a los célebres baños de Albano, cerca de Padua, tierra dependiente de la república de Venecia, y allá se dirigió con su nueva esposa a mediados de junio. Albano era un puerto muy seguro para él, pues, desde hacía muchos años, la casa Orsini estaba unida. a la república de Venecia por servicios recíprocos.

Ya en este país seguro, el príncipe Orsini no pensó más que en gozar de los esparcimientos de diversas estancias, y, con este propósito, alquil:! tres magníficos palacios: uno en Venecia el palacio Dandolo, en la calle de la Zecca; otro en Padua, el Fostarini, situado en la magnífica plaza llamada la Arena; el terceto lo eligió en Salo, en la deliciosa orilla del lago de Garda; este último palacio había pertenecido tiempo atrás a la familia Sforza Pallavicini.

A los señores de Venecia (el gobierno de la república) les satisfizo mucho la llegada a sus estados de tan insigne príncipe y se apresuraron a ofrecerle una nobilísima condotta (o sea una cantidad muy considerable, pagadera anualmente, que el príncipe habría de emplear en reclutar una tropa de dos o tres mil hombres y asumir el mando de la misma). El príncipe declinó con mucho desparpajo este ofrecimiento, contestando, a través de los emisarios, que aunque, por inclinación natural y hereditaria en su familia, le sería muy grato servir a la serenísima república, dependiendo como dependía en aquel momento del rey católico, no le parecía conveniente aceptar otra obligación. Esta respuesta entibió un tanto la buena disposición de los senadores. Inclinados antes a dispensarle en nombre de todo el pueblo, una recepción muy honorable cuando llegara a Venecia, dicha respuesta los determinó a dejar que llegara como un simple particular.

El príncipe Orsini, enterado de codo esto, decidió no ir a Venecia. Estando ya cerca de Padua, dio un rodeo en esta admirable región y se encaminó con toda su escolta al palacio preparado para él en Salo, a orillas del lago de Garda. Allí pasó todo el verano entre los más agradables y variados pasatiempos.

Llegada la época de cambiar de residencia, el príncipe hizo algunos pequeños viajes, de los que sacó la conclusión de que ya no podía resistir el cansancio como antes; temió por su salud; por fin pensó ir a pasar unos días en Venecia, pero su esposa, Victoria, le disuadió y le indujo a permanecer en Salo.

Algunos pensaron que Victoria Accoramboni se había dado cuenca de los peligros que corrían los días de su marido y que, después de inducirle a permanecer en Salo, pensaba llevarle más adelante fuera de Italia; por ejemplo, a alguna ciudad libre de Suiza; de este modo, para el caso de morar el príncipe, ponía en seguridad su persona y su fortuna particular.

Fundada o no esta suposición, el hecho es que no se cumplió, pues el 10 de noviembre, atacado el príncipe en Salo de una nueva indisposición, tuvo en seguida el presentimiento de lo que iba a ocurrir.

Le preocupó la suerte de su desventurada esposa; la veía, en la bella flor de su juventud, quedar pobre, de fama y de bienes de fortuna, odiada por los príncipes reinantes en Italia, poco querida por los Orsini y sin la esperanza do otro casamiento después de morir él. Como señor magnánimo y de fe leal, hizo por propia voluntad un testamento en el que quiso asegurar la fortuna de aquella desventurada. Lególe en dinero o en joyas la importante cantidad de cien mil piastras , a más de todos los caballos, carrozas ; muebles de que se servía en aquel viaje. El resto de su fortuna lo dejó a Virginio Orsini, su único hijo, habido de su primera mujer, hermana de Francisco I, gran duque de Toscana (la misma a la que había hecho matar por infidelidad, con el consentimiento de sus hermanos).

Pero ¡cuán inciertas son las previsiones de los hombres! Las disposiciones con las que Pablo Orsini pensaba dar una perfecta seguridad a aquella infortunada mujer tan joven, se tornaron para ella en precipicios y ruina. El 12 de noviembre, después de firmar su testamento, el príncipe se sintió mejor. El 13 por la noche le sangraron, y como los médicos no confiaban más que en una severa diera, dejaron orden terminante de que no tomara alimento alguno.

Pero, nada más salir de la habitación los médicos, el príncipe exigió que le dieran de comer; nadie se atrevió a contra decirle y comió y bebió como de costumbre. Apenas terminado el yantar, i el príncipe perdió el conocimiento y, dos horas antes de ponerse el sol, falleció

 
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Victoria Accoramboni de  Stendhal   Victoria Accoramboni
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