Al cabo de un rato, el puerto primero y después la ciudad que se
nos ofrecía a la vista en forma escalonada como las gradas de un inmenso
anfiteatro, dejaron de ser curiosidad. Habían desaparecido por completo.
Solamente mar y niebla como telón de fondo, aparecía donde no hacía mucho,
habíamos contemplado edificios, gente, escuchar de voces, agitar de manos y
pañuelos.
Con igual lentitud que el barco se alejaba, nos fuimos apartando
de los lugares que habíamos escogido para la despedida y silenciosamente
buscamos el camarote que nos habían asignado.
Mientras descendía por una amplia escalinata, pensaba cómo serían
el resto de los pasajeros con los que tendría que compartir la cabina número
202, de clase turística.