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Presumiblemente, las casas antiguas fueron jacales según el estilo de las modernas que acabo de describir, pero las casas antiguas se alzaban sobre cimientos elevados, pequeñas pirámides compuestas de piedras cortadas con bastante regularidad. Estas pirámides reciben el nombre de cues o cuecillos según el vocablo maya que significa pirámide sagrada o santuario. En particular, estos cues en los que los antiguos pobladores acumularon una cantidad de cascajo y basura parecen haber ofrecido suelo propicio a los árboles de la selva. Por lo general, se alzan sobre ellas los ejemplares más corpulentos. Pero la selva no sólo cubre las ruinas, también las destruye. Las raíces -en la selva no las hay sólo subterráneas, sino también aéreas- se introducen en las grietas de los sillares y los despedazan. Además, todo se derrumba y enmoliece por la humedad. Esa lujuriosa vegetación destructora de la obra del hombre, causa una sensación de melancolía e inquietud y espanta casi tropezar de repente con los ojos fijos de un coloso de piedra, cuando emerge solitario de la inextricable espesura. No es de extrañar, pues, que los indígenas, fácil presa del temor supersticioso, se asocien a las fuerzas destructoras y busquen romper el hechizo que los asustó, destruyendo la imagen. Como ocurrió cuando se construyó el ferrocarril, donde se descubren y excavan estas caes, sale a la luz una gran cantidad de los utensilios empleados por los antiguos habitantes de la región, vasijas, estatuillas y otros objetos de bellas formas, confeccionadas con excelente material y decorados con originales diseños. No pudimos intentar realizar estas excavaciones en gran escala. En cada localidad, nos hubiera llevado meses efectuar en primer lugar la tarea de desmonte y romper luego con barretas de hierro los muros de las cues. Las torrenciales lluvias tropicales, constituyen un buen auxiliar de los arqueólogos. Las aguas arrastran la tierra y allí donde otrora existieron viejas poblaciones en las empinadas márgenes de los ríos, quedan a menudo al descubierto montones de antiguos utensilios. En estos lugares realizamos nuestra mejor cosecha.

 
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de Eduard Seler

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